7/8/11

La Alegoría de la Caverna

Informe y texto: Karina Donangelo

La Alegoría de la Caverna

El reconocido filósofo griego Platón se valió de una alegoría para expresar la condición y el destino del hombre. Se trata de la “Alegoría de la Caverna” (República, VII, 514 a 521b) uno de los pasajes más famosos de la literatura clásica filosófica.
Supongamos que sobre la ladera de una montaña se abre la entrada de una caverna. Dentro de la caverna hay hombres postrados, que están encadenados, de manera tal que no pueden girar sus cabezas, por lo que se ven obligados a mirar solamente la pared que tienen enfrente, en el fondo de la caverna. Más hacia atrás, y subiendo la pendiente de la caverna, hay una especie de pared, no muy alta, detrás de la cual transitan hombres, que llevan sobre sus cabezas objetos artificiales que sobresalen por encima de la tapia. Y un poco más atrás hay una hoguera, que lanza su luz sobre estos objetos, los que a su vez proyectan sus sombras sobre la pared del fondo de la caverna y a la cual miran los prisioneros. Aún más arriba, siguiendo la misma pendiente, se termina por salir al mundo exterior, donde están los árboles, los animales, los cuerpos celestes y por sobre todo, el Sol.
La caverna representa nuestro mundo, el mundo sensible; y el exterior de la caverna representa el mundo real, es decir, el mundo de las ideas, cuya forma superlativa, el Bien está simbolizado por el Sol.
Por lo tanto, el mundo sensible es un mundo aparente, ficticio aunque parezca real. Es un mundo en donde impera la “realidad virtual”, pero que de cierto y verdadero no tiene nada. Es un mundo de sombras.
Si Platón hubiera vivido en nuestro tiempo, quizás hubiera reemplazado la caverna por un cinematógrafo. Y probablemente, para explicarnos su doctrina hubiese rodado él mismo un film muy similar a “Matrix”.
De todos modos, esta idea, de que el mundo sensible es comparable a una caverna, aparece en la filosofía y la religión de su época, como por ejemplo en Empédocles (hacia el 450 a.C); y en las llamadas “Religiones de Misterios”, como el Orfismo. Se trataba esta última de una secta de misterios, cuya fundación se atribuía a Orfeo. Esta religión celebraba ceremonias en especie de antros subterráneos, que representaban los Infiernos (el Hades); allí eran llevados los candidatos para la iniciación y se les revelaban ciertos objetos sagrados a la luz de una antorcha. Los hombres que viven en la caverna, según Platón son prisioneros. De hecho, la idea de que el alma del hombre yace prisionera en este mundo fue tomada por el mismo Platón del orfismo.
Los prisioneros de la caverna, es decir, nosotros mismos, en este mundo sensible no tenemos ni libertad ni verdadero conocimiento.
Somos prisioneros de la apariencias; de los grandes fenómenos; de lo que muchos medios de comunicación nos quieren mostrar; de las decisiones arbitrarias de muchos gobiernos, que intentan consolarnos con eso que llaman “Mal Menor”; con nuevas “necesidades” de consumo que nos imponen con propagandas seductoras, pero completamente falsas. Sólo el conocimiento propiamente dicho, es decir, la filosofía, tal como la concebía Platón nos puede librar.
El drama de la caverna consiste en “liberar” al prisionero para llevarlo hacia lo alto y sacarlo de la caverna.
La alegoría de Platón nos narra el proceso de “des – ignorancia” del hombre, cuya humanización sólo se logra plenamente cuando sale a la superficie y ve la luz del Sol.
Esta ilustración consta de tres partes: I) La primera describe la caverna, lso prisioneros y la vida que éstos llevan; II) La segunda nos habla de la liberación y ascenso de un prisionero y III) La tercera de su regreso al antro.
La situación en que se encuentran los prisioneros es para Platón como un estado de olvido o sueño. El olvido de nuestro ser interior, es decir, nuestra alma. Platón intenta advertirnos que vivimos en el olvido de nosotros mismos, porque en nuestra vida diaria somos, no nosotros mismos, (auténticas personalidades libres), sino que nos encontramos sometidos al poder de un tirano, que en términos sociológicos podría denominarse “Gente”. En la mayor parte de nuestros actos no nos comportamos como personas autónomas, que libremente deciden qué hacer, sino que hacemos lo que según las costumbres de la “Gente” es lo correcto, lo “políticamente correcto”. Y esta tiranía es la que impide que hagamos lo que realmente anhelamos en pos de lo que “conviene”, fomentando así la desvirtuación de nuestra personalidad, la falsedad y la mezquindad. Esa tiranía impide que llevemos una existencia auténtica, descubrir lo que realmente somos y nos obliga a ocultarnos detrás de mil máscaras que nos imponen los demás.
Para Platón, el objetivo de todo hombre es llegar a la verdad, que se esconde tras los fenómenos de este mundo sensible.
Los hombres de la caverna, al estar inmovilizados, sólo pueden observar las sombras que se proyectan sobre la pared, por el resplandor del fuego y toman esto que ven por cosas reales. Consideran objetos reales a las sombras.
Este modo erróneo de ver, se asemeja a cómo muchos hoy día ven al mundo, a otras personas y a las circunstancias. Pues, su modo de ver es deformado, por medios falsificados, por sus propias pasiones y prejuicios propios e impuestos por las otras personas.
La liberación del prisionero se va a dar como proceso de “formación” o cultura.
Si a uno de los cautivos se lo libra de sus cadenas y se lo obliga a ponerse súbitamente de pié, o volver la cabeza, a caminar, a mirar la luz, todos esos movimientos le causarán dolor y el deslumbramiento le impedirá distinguir los objetos, cuyas sombras veía momentos antes.
El prisionero se encontraría en un estado de completa confusión. Y es que, cuando comienza la educación, es cuando el hombre comienza a salir de la tiranía de la “Gente”.
A la luz del día ya no vería nada en absoluto. Hasta que se vaya adaptando gradualmente a la nueva situación. Por eso Platón, simbólicamente, explica que los pasos que debe seguir el prisionero deben efectuarse gradualmente: Primero aprenderá a discernir la sombra de las cosas exteriores a la caverna; luego sus imágenes reflejadas; más tarde las cosas mismas, más adelante los cuerpos celestes de noche, luego de día y finalmente el Sol.
Pero, cuando el filósofo haya alcanzado el conocimiento, no debería quedarse habitando fuera de la caverna, a pesar del gozo que experimente en la visión de ese nuevo mundo, sino que debe volver otra vez a la caverna, donde están sus antiguos compañeros, sus semejantes; porque el filósofo tiene una misión que cumplir. En el tercer momento, el liberado descubre en el Sol la causa suprema. Pues para Platón, el Sol es la causa de todas las cosas. Por tal motivo, el Sol representa naturalmente la idea suprema, que es la idea del Bien.
En el cuarto momento el liberado recuerda la caverna y la vida que allí llevaba. Y siente alegría por haberla dejado. Y experimenta cierto desdén y compasión por sus compañeros que aún viven en las sombras. Él sabe que todos los cargos y distinciones que se otorgan dentro de la caverna no son más que honores referidos a las sombras, cuyo valor es ínfimo y superfluo. La misión del liberado al volver a la caverna es educativa, iluminadora, liberadora. Se trata de llevarlos también a ellos a la verdad.
Cuando ingresa a la caverna le cuesta ver en la oscuridad; se vuelve torpe en sus movimientos. Mientras que los hombres de adentro, se burlan y mofan de él. Es que los prisioneros atribuyen la torpeza del liberado al hecho de haber salido al exterior de la caverna. Por tanto, considerarán como perjudicial salir del antro. Y si alguien intentase liberarlo, como ignoran que se trata de una liberación se resistirían e inclusive matarían a quien lo pretendiese.
La alegoría de la caverna concluye, señalando la inadaptación del filósofo al mundo de las sombras.

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