Informe y texto: Karina Donangelo
Hipatia de Alejandría
Los filósofos han preferido olvidarlas. La Historia ha sido mezquina con ellas; mientras que la religión empecinada con el oscurantismo de ideas en distintas épocas las ha vituperado, e incluso, ha ensangrentado sus propias manos y diademas eclesiales pasando por la hoguera a magníficas mujeres.
Vedadas por un machismo recalcitrante, que no reconoce otro género que el propio y que olvida de dónde procede o cómo ha llegado a la vida, numerosos personajes femeninos han colmado de hazañas, descubrimientos y enseñanzas a la Humanidad. Muchos son los ejemplos, aunque de ellas poco y nada se conoce. No obstante, en esta oportunidad nos ocuparemos de narrar la historia de una gran exponente de la cultura y del saber griego de la antigüedad: Hipatia de Alejandría
Mucho más que una mujer...
Considerada la primera mujer matemática, Hipatia nació en Alejandría, Egipto en el año 370 de nuestra era y murió en esa misma ciudad en el 415.
Si bien de la madre de Hipatia no se tiene ningún registro; sí se sabe que su padre –por quien ella profesaba verdadera adoración- fue Teón de Alejandría, un ilustre filósofo y matemático de la época.
Hipatia, desde su más tierna infancia fue instruida por su padre. Desde luego y conforme a las costumbres de la época, Teón era una excepción al permitir que su hija se convirtiera en astrónoma, filósofa y matemática, pues las mujeres no tenían derecho a la educación y sus vidas transcurrían en los espacios privados de sus casas, abocadas exclusivamente a las “tareas femeninas”.
Es que en la antigüedad, la mujer griega era considerada con indiferencia y menosprecio. Sócrates, sin ir más lejos decía estar agradecido a la fortuna por ser hombre y no animal; por ser varón y no mujer...
La cultura de las mujeres era muy rudimentaria, prácticamente nula. Únicamente las prostitutas podían estar presentes en los banquetes que los hombres griegos ofrecían a sus amigos.
La parte de la casa reservada a las mujeres estaba provista de cerrojos y barrotes y éstas sólo salían bajo vigilancia, salvo que asistieran a festivales reservados exclusivamente para ellas. Ni siquiera podían salir de compras, ya que el hombre se encargaba de esos menesteres. Desde niñas aprendían a hilar, tejer y raramente solían leer. Debían callar, obedecer y ser en extremo discretas volviendo en todo momento su mirada al suelo, en señal de sujeción.
Ya casadas, vivían retiradas de la vida pública, en el Gineceo de la casa, donde no entraba más que su doncella y su marido. Las esposas sólo daban hijos. No podían tener propiedades, ni podían desempeñar ningún cargo y mucho menos participar de la Asamblea de la Polis.
Si bien estas costumbres no eran tan estrictas en algunas ciudades griegas, como en Esparta o en alguna colonia de Oriente, las leyes consuetudinarias se endurecían en las regiones circundantes a Atenas.
Teón, no obstante quiso que Hipatia fuese “un ser humano perfecto”, y por ello vigiló muy de cerca la educación que recibió Hipatia. Quiso que entrenara su cuerpo y su mente.
Algunos biógrafos comentan que Hipatia, desde muy temprano en la mañana dedicaba varias horas al ejercicio físico; después tomaba baños que la relajaban y le permitían concentrar su mente para dedicarse el resto del día al estudio de las ciencias, la música y la filosofía.
Respecto a este riguroso entrenamiento, que demandaba de ella una rígida disciplina, Sócrates Escolástico, historiador de Hipatia comentó ciento veinte años después de su muerte: “La belleza, inteligencia y talento de esta gran mujer fueron legendarios; superó a su padre en todos los campos del saber, especialmente en la observación de los astros”.
Teón trabajaba en el Museo, institución dedicada a la investigación y a la enseñanza. Fundado por Tolomeo, emperador que sucedió a Alejandro Magno, fundador de la ciudad de Alejandría, el Museo contaba con más de cien profesores que vivían allí, en tanto que muchos otros asistían periódicamente desde puntos lejanos en calidad de invitados académicos.
En sus años de juventud, Hipatia viajó a Italia y Atenas para recibir algunos cursos de filosofía. Y posteriormente entró a estudiar al Museo de Alejandría. Allí se formó como científica y formó parte de él hasta su muerte. Llegando incluso a dirigirlo, alrededor del año 400.
Durante veinte años, esta joven griega, de enorme talento se dedicó a investigar y a enseñar matemáticas, geometría, astronomía, Lógica, Filosofía y Mecánica en el Museo. Allí también ocupó la cátedra de Filosofía platónica, por lo que sus compañeros y amigos la llamaban “la Filósofa”.
Ganó tal reputación, que al Museo llegaron estudiantes de todas partes del mundo. Ávidos por escuchar sus enseñanzas sobre “La Aritmética de Diofanto” en donde desarrollaba complejas ecuaciones de primer y segundo grado. Algunos llegaban del norte de Europa, otros de Asía y África.
Su propia casa se convirtió en un gran centro intelectual. Sócrates Escolástico menciona en su obra biográfica sobre Hipatia que “consiguió un grado tal de cultura, que superó con mucho a todos los filósofos contemporáneos de su época”. Heredera de la escuela neoplatónica de Plotinio; explicaba todas las ciencias filosóficas a quien lo deseara. Entre sus innumerables inventos y descubrimientos podemos mencionar que creó el astrolabio y la esfera plana. Inventó un aparato para agua destilada; uno para medir el nivel del agua y para determinar la gravedad específica de los líquidos. A éstos últimos los denominó areómetro e hidroscopio.
Hipatia se convirtió en una de las mejores científicas y filósofas; erudita de un conocimiento que los cristianos de esa época asociaban estrechamente con el paganismo y que por tanto perseguían a sol y a sombra.
El Cristianismo, como religión oficial, en medio de la división del imperio y el caos que reinaba por dentro y por fuera de las fronteras asestó un duro golpe contra todo aquello que atentara contra el poder de la Iglesia, uno de los pocos, si no el único que se mantenía en pié.
Todos los templos, bibliotecas, areópagos y centros de educación griega fueron quemados y destruidos por completo. Sabios, científicos, docentes y pensadores griegos fueron obligados a convertirse al Cristianismo, si no querían morir.
Hipatia se negó. No sólo a convertirse al Cristianismo, sino a renunciar al conocimiento griego, a la filosofía y a la ciencia que por más de veinte años había aprendido y enseñado en el Museo, ya para esas alturas reducido a cenizas humeantes.
Durante la Cuaresma, en marzo del 415, tras ser acusada de conspirar contra Cirilo de Alejandría, la Iglesia dio muerte a Hipatia. Paradójicamente este Patriarca cristiano, Cirilo de Alejandría, tiempo después de la muerte de la gran filósofa y científica de Alejandría fue declarado santo..., tal vez por cometer la grandiosa hazaña de cometer asesinato y violar uno de los Diez Mandamientos.
Cuenta Sócrates Escolástico que “un grupo de cristianos enardecidos encontraron a Hipatia en el centro de Alejandría. La arrancaron de su carruaje, le hicieron jirones sus prendas de vestir dejándola completamente desnuda ante el público atónito. Le tajearon la piel y las carnes con caracoles afilados hasta que finalmente el aliento dejó su cuerpo...”
Los filósofos han preferido olvidarlas. La Historia ha sido mezquina con ellas; mientras que la religión empecinada con el oscurantismo de ideas en distintas épocas las ha vituperado, e incluso, ha ensangrentado sus propias manos y diademas eclesiales pasando por la hoguera a magníficas mujeres.
Vedadas por un machismo recalcitrante, que no reconoce otro género que el propio y que olvida de dónde procede o cómo ha llegado a la vida, numerosos personajes femeninos han colmado de hazañas, descubrimientos y enseñanzas a la Humanidad. Muchos son los ejemplos, aunque de ellas poco y nada se conoce. No obstante, en esta oportunidad nos ocuparemos de narrar la historia de una gran exponente de la cultura y del saber griego de la antigüedad: Hipatia de Alejandría
Mucho más que una mujer...
Considerada la primera mujer matemática, Hipatia nació en Alejandría, Egipto en el año 370 de nuestra era y murió en esa misma ciudad en el 415.
Si bien de la madre de Hipatia no se tiene ningún registro; sí se sabe que su padre –por quien ella profesaba verdadera adoración- fue Teón de Alejandría, un ilustre filósofo y matemático de la época.
Hipatia, desde su más tierna infancia fue instruida por su padre. Desde luego y conforme a las costumbres de la época, Teón era una excepción al permitir que su hija se convirtiera en astrónoma, filósofa y matemática, pues las mujeres no tenían derecho a la educación y sus vidas transcurrían en los espacios privados de sus casas, abocadas exclusivamente a las “tareas femeninas”.
Es que en la antigüedad, la mujer griega era considerada con indiferencia y menosprecio. Sócrates, sin ir más lejos decía estar agradecido a la fortuna por ser hombre y no animal; por ser varón y no mujer...
La cultura de las mujeres era muy rudimentaria, prácticamente nula. Únicamente las prostitutas podían estar presentes en los banquetes que los hombres griegos ofrecían a sus amigos.
La parte de la casa reservada a las mujeres estaba provista de cerrojos y barrotes y éstas sólo salían bajo vigilancia, salvo que asistieran a festivales reservados exclusivamente para ellas. Ni siquiera podían salir de compras, ya que el hombre se encargaba de esos menesteres. Desde niñas aprendían a hilar, tejer y raramente solían leer. Debían callar, obedecer y ser en extremo discretas volviendo en todo momento su mirada al suelo, en señal de sujeción.
Ya casadas, vivían retiradas de la vida pública, en el Gineceo de la casa, donde no entraba más que su doncella y su marido. Las esposas sólo daban hijos. No podían tener propiedades, ni podían desempeñar ningún cargo y mucho menos participar de la Asamblea de la Polis.
Si bien estas costumbres no eran tan estrictas en algunas ciudades griegas, como en Esparta o en alguna colonia de Oriente, las leyes consuetudinarias se endurecían en las regiones circundantes a Atenas.
Teón, no obstante quiso que Hipatia fuese “un ser humano perfecto”, y por ello vigiló muy de cerca la educación que recibió Hipatia. Quiso que entrenara su cuerpo y su mente.
Algunos biógrafos comentan que Hipatia, desde muy temprano en la mañana dedicaba varias horas al ejercicio físico; después tomaba baños que la relajaban y le permitían concentrar su mente para dedicarse el resto del día al estudio de las ciencias, la música y la filosofía.
Respecto a este riguroso entrenamiento, que demandaba de ella una rígida disciplina, Sócrates Escolástico, historiador de Hipatia comentó ciento veinte años después de su muerte: “La belleza, inteligencia y talento de esta gran mujer fueron legendarios; superó a su padre en todos los campos del saber, especialmente en la observación de los astros”.
Teón trabajaba en el Museo, institución dedicada a la investigación y a la enseñanza. Fundado por Tolomeo, emperador que sucedió a Alejandro Magno, fundador de la ciudad de Alejandría, el Museo contaba con más de cien profesores que vivían allí, en tanto que muchos otros asistían periódicamente desde puntos lejanos en calidad de invitados académicos.
En sus años de juventud, Hipatia viajó a Italia y Atenas para recibir algunos cursos de filosofía. Y posteriormente entró a estudiar al Museo de Alejandría. Allí se formó como científica y formó parte de él hasta su muerte. Llegando incluso a dirigirlo, alrededor del año 400.
Durante veinte años, esta joven griega, de enorme talento se dedicó a investigar y a enseñar matemáticas, geometría, astronomía, Lógica, Filosofía y Mecánica en el Museo. Allí también ocupó la cátedra de Filosofía platónica, por lo que sus compañeros y amigos la llamaban “la Filósofa”.
Ganó tal reputación, que al Museo llegaron estudiantes de todas partes del mundo. Ávidos por escuchar sus enseñanzas sobre “La Aritmética de Diofanto” en donde desarrollaba complejas ecuaciones de primer y segundo grado. Algunos llegaban del norte de Europa, otros de Asía y África.
Su propia casa se convirtió en un gran centro intelectual. Sócrates Escolástico menciona en su obra biográfica sobre Hipatia que “consiguió un grado tal de cultura, que superó con mucho a todos los filósofos contemporáneos de su época”. Heredera de la escuela neoplatónica de Plotinio; explicaba todas las ciencias filosóficas a quien lo deseara. Entre sus innumerables inventos y descubrimientos podemos mencionar que creó el astrolabio y la esfera plana. Inventó un aparato para agua destilada; uno para medir el nivel del agua y para determinar la gravedad específica de los líquidos. A éstos últimos los denominó areómetro e hidroscopio.
Hipatia se convirtió en una de las mejores científicas y filósofas; erudita de un conocimiento que los cristianos de esa época asociaban estrechamente con el paganismo y que por tanto perseguían a sol y a sombra.
El Cristianismo, como religión oficial, en medio de la división del imperio y el caos que reinaba por dentro y por fuera de las fronteras asestó un duro golpe contra todo aquello que atentara contra el poder de la Iglesia, uno de los pocos, si no el único que se mantenía en pié.
Todos los templos, bibliotecas, areópagos y centros de educación griega fueron quemados y destruidos por completo. Sabios, científicos, docentes y pensadores griegos fueron obligados a convertirse al Cristianismo, si no querían morir.
Hipatia se negó. No sólo a convertirse al Cristianismo, sino a renunciar al conocimiento griego, a la filosofía y a la ciencia que por más de veinte años había aprendido y enseñado en el Museo, ya para esas alturas reducido a cenizas humeantes.
Durante la Cuaresma, en marzo del 415, tras ser acusada de conspirar contra Cirilo de Alejandría, la Iglesia dio muerte a Hipatia. Paradójicamente este Patriarca cristiano, Cirilo de Alejandría, tiempo después de la muerte de la gran filósofa y científica de Alejandría fue declarado santo..., tal vez por cometer la grandiosa hazaña de cometer asesinato y violar uno de los Diez Mandamientos.
Cuenta Sócrates Escolástico que “un grupo de cristianos enardecidos encontraron a Hipatia en el centro de Alejandría. La arrancaron de su carruaje, le hicieron jirones sus prendas de vestir dejándola completamente desnuda ante el público atónito. Le tajearon la piel y las carnes con caracoles afilados hasta que finalmente el aliento dejó su cuerpo...”
2 comentarios:
Me ha gustado leer la historia olvidada de Hipatia. Cada vez más, se está reconociendo a esta singular mujer y, en buena medida, es gracias a aportaciones como la tuya.
Tengo precisamente una amiga, con un blog en el que firma como Hipatia de Alejandría. Ella me ayudó a conocerla algo más. es estupendo que la pongáis en el sitio que merece, tras tantos siglos de oscuridad para las mujeres... que amenazaban el poder del hombre.
un abrazo, Karina.
Hypatia es uno de mis personajes históricos preferidos.
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