Informe y texto: Karina Donangelo
Al despuntar el nuevo siglo y en los albores de la primavera nació Ramón Díaz, un 4 de septiembre de 1902, en la ciudad de Colonia, Uruguay. Hijo de Atanasia Díaz, oriental y de Juan Crisóstomo Castañeda, oriundo de Santander, España.
Sus padres se separaron poco antes de su nacimiento, razón por la cual su padre se negó a reconocerlo y por lo tanto a darle su apellido. Hecho que marcó la vida de Ramón irremediablemente, subrayando en él una profunda rebeldía y una verdadera devoción por su madre.
Su infancia y adolescencia transcurrieron en la ciudad de Juan Lacaze. Hasta que quiso la vida asestarle un segundo golpe: el fallecimiento de su madre a los 108 años en Rosario. Dos de sus seis hermanos eran maestra de escuela y directora de un colegio en Rosario, respectivamente. Sin embargo, Ramón no alcanzó a terminar segundo grado de la escuela primaria.
Contrajo matrimonio con Reina Caselli, a quien había conocido en Juan Lacaze y con la que tuvo tres hijas; Sonia, Cristina y Silvia.
De Juan Lacaze se fue a vivir a Agraciada, donde trabó amistad con Don Ceferino Laforcada, para quien realizaba tareas agrícolas. Al tiempo, se mudó junto a su familia a la ciudad de Nueva Palmira, donde compró una propiedad sobre calle Chile entre Ituzaingó e Ibicuí a Don Pedro Taccini.
Y fue allí donde transcurrió gran parte de su vida, signada por un profundo idealismo, por la bohemia, su ferviente devoción por el caudillo del Partido Blanco, Aparicio Saravia y teniendo en altísima estima a su Patria. Fiel a sus ideales y amante de la libertad, toda su vida se resistió a trabajar bajo patrón.
Fanático del club de fútbol Nacional de Montevideo, se destacó además como excelente asador. En los días de Fiesta Patria izaba en el mástil que había colocado en la entrada de su casa, la bandera uruguaya y usaba su poncho celeste y blanco en alusión a los colores de su país. Como buen autodidacta fue un ávido lector del diario El País de Montevideo y se deleitó con la lectura de los grandes clásicos de la literatura universal.
Hacia 1975 viajó a la República Argentina por primera vez, para asistir al casamiento de una de sus hijas y después de vivir un tiempo en Buenos Aires regresó a Nueva Palmira, movido por las saudades de su tierra.
Transcurridos algunos años regresó a Buenos Aires en 1979, pero esta vez para tratarse de unas afecciones de salud.
Radicado en la Capital federal, durante la Guerra de las Malvinas escribió una poesía alusiva a la soberanía argentina sobre las islas Malvinas y se la envió al General Benjamín Menéndez. Por su parte, el conocido locutor, Juan Carlos Mareco, oriundo de Carmelo, quien trabajaba en Radio Mitre, de la Capital argentina fue un asiduo lector de sus poesías, las cuales eran emitidas al aire.
Ferviente fumador de cigarrillos La Paz y Tabaco Toro, disfrutaba de largas jugadas de Billar. Su postura siempre era erguida y su andar ligero, como si quisiera con su fuego y sus sueños huir de ataduras para abrazar la libertad.
Ya en su lecho de enfermo, no se resignaba a la soledad, añoraba su Patria cada día más. Con voluntad de hierro se aferraba a su pluma y se negaba con coraje a aceptar la resignación y bajar sus brazos. Luchaba y luchó como un poderoso titán contra su larga enfermedad.
Su sueño era morir en su adorada Patria, Uruguay, y que algún día sus poesías se publicaran en su tierra oriental, para ofrecerlas como humilde tributo a sus compatriotas.
Aunque tarde, hoy, querido abuelo, tu sueño se hace realidad....
Alma de acero
Soy un libre pensador.
No me atan ideologías,
Yo amo a la Patria mía,
La amo y le rindo honor.
No lo haré como el mejor,
Pero sí con gran franqueza.
La madre Naturaleza
Nos hizo a todos mortales.
Y mi Patria es de orientales
Y hay que honrarla con nobleza.
Por mi Patria, en cualquier cancha,
En forma franca y leal,
Vibra mi alma oriental
Y mi alma charrúa se ensancha.
No me detiene avalancha,
Porque tengo corazón.
Soy de una sola opinión
Y cuando ataco soy recio.
Y no vendo a ningún precio
Mi glorioso Pabellón.
Me trataron a desgano,
Lo mismo que a un limosnero,
sin pensar que es de acero
Mi corazón de cristiano.
Soy profundo y soberano,
Cuando con razón estallo.
Ni ante Satanás me callo,
Cuando defiendo lo que amo,
Y es justicia que reclamo
Para el obrero uruguayo.
Son fuertes y penetrantes,
Las expresiones que empleo,
Porque no busco trofeos.
No soy perla ni diamante.
Yo soy un charrúa errante.
De esos que muy pocos hay,
Duro como ñandubay,
Como fueron mis mayores.
Primero en los albores
De mi querido Uruguay.
Ramón Díaz
Pensando en lo que amo
Pensando en la Patria mía:
Veo acortarse mi vida;
Y me sangran las heridas
Que me hicieron almas impías.
Y cuando en futuros días
El viejo charrúa se vaya,
Quedarán en Tierra Uruguaya
Las letras de Ramón Díaz.
No me puedo jubilar:
Por qué; porque soy charrúa
Y en mi frente la garúa
Siempre tendrá que golpear.
Luchando en forma ejemplar
Voy por el mundo sin nido.
Pero Patria, no te olvido
Porque nací para amar.
Me tintinea el de adentro,
al escribir lo que aliño.
Y con nobleza de niño
Voy de lo que amo al encuentro.
Pienso y digo lo que siento,
En horas de incertidumbre.
Porque tengo la costumbre
de dar rienda al pensamiento.
Adiós Patria, me despido.
Y si no te vuelvo a ver,
Con esto te hago saber
Que soy tu indio y no te olvido.
Errante, triste y herido
Por ironías de la suerte,
Pero solo allá en la muerte
Verán al charrúa vencido.
Ramón Díaz
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