19/3/08

El Zembékiko y la copa de la vida

Informe y texto: Karina Donangelo
Las agujas del reloj marcaron la duodécima hora. Exhaló la última bocanada de humo de su cigarrillo. Se alisó su oscuro cabello. Y tomó la copa llena de vino griego. El espíritu en la sangre. El alma, en el vino.

Su frente resplandecía de sudor. El compás de la música anunciaba la ceremonia.

Las luces eran tenues y su camisa blanca se destacaba en la penumbra.

Sus piernas, vestidas con un pantalón negro, del que colgaba un koúmboloi, al bailar semejaban un blandir de espadas afiladas en la oscuridad.

El aire se cargó de emoción, de nostalgias, de dolor, de furia reprimida, de pasiones y rencor.

Sus ojos se posaron en el centro del círculo, como los círculos de los rituales iniciáticos; mientras una fuerza inexplicable lo atraía hacia ese centro, donde confluyen los ángulos y desaparecen los vértices, donde todos los tiempos se hacen uno, y donde la superposición de los espacios produce la unión de los recuerdos.

Allí, donde la danza y el cuerpo convocan a un hombre, a una mujer, al honor de la tierra, al orgullo de la patria, a los retratos de familia. Allí, donde son evocados nuestros muertos, y aunque sólo sea por un momento se incorporan de sus tumbas, para acompañarnos con un zembékiko.

Sus labios secos buscaron sedientos la pócima mágica, que yacía en la copa. Y el vino transmutó en su cuerpo.

Se agitaba con fuerza, como una hoja en la tormenta. Cerró sus párpados y frunció el seño. Y la música penetró por sus venas.

Sospecho que su corazón se agitaba, quién sabe por qué recuerdo. Quién sabe qué rostro habitaba su mente. Qué labios besaron sus labios. Qué vacío profundo estremecía su alma y blandía su cuerpo.

Arrojó con fuerza la copa. Y el cristal se hizo trizas. Como ocurre con nuestros sueños, cuando alguien bebe de la copa de nuestro espíritu, después se marcha y quedamos vacíos.

Pero la música y el vino... ¡Ah... bálsamo sagrado de los dioses del Olimpo!..., renuevan una y mil veces nuestras fuerzas. Y como en un zembékiko, y como en la vida; sorbemos esta poción sagrada, que es la sangre de los dioses y después de caernos y quedar golpeados, nos levantamos para intentarlo de nuevo.

No ya, con los ojos puestos en el pasado, sino con la esperanza que abriga la expectativa segura de las cosas por venir.

No hay comentarios: