Informe y texto: Karina Donangelo
El viento cálido surcaba los rostros adustos y dibujaba remolinos de arena sobre el suelo árido e infértil. Todo parecía un transcurrir constante y tedioso hacia ninguna parte. Todos los momentos se resumían en ese instante en el tiempo, un tiempo cargado de dolor, de carencias extremas, de lucha contra el medio inhóspito y cruel. Parecía como si aquel lugar y aquella gente yaciera apartada del mundo, olvidada en una grieta en el tiempo. Geográficamente podía ubicárselos tan pronto en la región semiárida del Nordeste Brasileño, apartada de la costa, que incluía las partes de los actuales estados de Alagoas, Bahía, Pernambuco, Paraíba, Río Grande do Norte, Ceará y Piauí. Como así también en la villa portuguesa de Troncoso, hacia el siglo XVI. En la Península Ibérica, antes incluso de la existencia del rey portugués Sebastián (del que toma el nombre definitivo el mito); en la rebelión de los comuneros (las comunidades de Castilla) contra el rey Carlos I (emperador Carlos V) en España, y en Portugal, en las trovas de Bandarra (c. 1500-c. 1541) artesano que profetizó la llegada de un rey que conquistaría Marruecos y establecería el V Imperio, es decir, la monarquía universal. O bien donde surgió el mito, en Marruecos, más específicamente, en las proximidades de Alcócer-Quibir, en 1578.
¿Qué tienen en común todas esas gentes?, ¿qué cosa hace que confluyan distintos momentos en el tiempo, en un solo instante dentro de este universo? El Sebastianismo, o el regreso de Don Sebastián o el de un personaje que encarne a la figura de éste y redima de todos los males a la Humanidad.
¿Qué es, fundamentalmente, el Sebastianismo?
Es el mito del imaginario portugués y brasileño, que en algunos momentos históricos se materializó en movimientos sociales, de carácter mesiánico y en actividades políticas.
Según el escritor portugués, Fernando Pessoa, férreo difusor del sebastianismo, “se trata de un movimiento religioso, formado alrededor de una figura nacional, en el sentido de un mito”. “En sentido simbólico Don Sebastián es Portugal, que perdió su grandeza con la muerte de Don Sebastián, y que sólo volverá a tenerla con su regreso. Volverá, dice la leyenda, en una mañana de niebla, en su caballo blanco, venido de la isla lejana donde estuvo esperando la hora de la vuelta”. Para Pessoa, a partir del siglo XVII, la nación portuguesa se vuelve un remedo de supervivencia sin autonomía auténtica, protegida o dependiente de otras, caricatura dolorosa de su propia grandeza, esperando, como el pueblo judío, la llegada de un Rey-Mesías, don Sebastián, el vencido de África, para restaurarla a su antiguo esplendor .
Sebastián (1554-1578), rey de Portugal (1557-1578) nació en Lisboa y fue hijo del príncipe real Juan de Braganza y nieto sucesor del rey Juan III. Al morir su abuelo en 1557, y habiendo fallecido ya su padre, Sebastián apenas tenía tres años de edad, por lo que el trono paso a ocuparlo en calidad de regente la viuda Catalina de Austria, hermana del emperador Carlos V, hasta 1562, año en el que renunció. Por aquel entonces, el principal recurso económico de Portugal era la especiería, elemento que permitió llevar al país importantes riquezas. Sin embargo esta especie de “falsa comodidad económica” ocasionó un grave relajamiento de las buenas costumbres. Toda una sociedad cortesana y parasitaria hizo de Lisboa el centro de esplendor y despilfarro. Tras la renuncia de Catalina de Austria, se hizo cargo de la regencia el cardenal Enrique, tío del futuro rey, hasta 1568, cuando se declaró la mayoría de edad de Sebastián. Con catorce años comenzó a reinar en medio del ambiente portugués antes descripto. Sebastián había sido educado en medio del culto al heroísmo militar y del carácter casi divino de la persona real. Desde temprano se creyó predestinado para ser el salvador de la cristiandad amenazada. Sin embargo, su impulsividad y su inmadurez lo llevaron a delegar los asuntos de gobierno en manos de validos para abocarse a los asuntos de guerra y su mayor interés, que fue la lucha contra el avance de los musulmanes y la conquista de las tierras moras, al norte de África.
En 1572 organizó una armada para combatir a los herejes, pero un temporal desbarató sus planes y destruyó los navíos anclados en el Tajo. Dos años más tarde decidió embarcarse furtivamente para el norte de África, dejando instrucciones para que el pueblo tome las armas y le siga. El pretexto para una expedición guerrera surgió en 1576 con la conquista del trono de Marruecos en manos de un moro apoyado por los turcos; lo que según el rey Sebastián significaría que el Sultán de Turquía podría llegar a dominar todo el norte de África, algo que sería fatal para la Península y para toda la Europa cristiana.
Después de estos intentos frustrados, en 1578, con veinticuatro años reunió un ejército de 17 mil hombres, y se dirigió a Tánger y Arcila, al encuentro del Rey de Marruecos, con quien se enfrentó en las proximidades de Alcócer-Quibir. El desastre fue total; la mitad de los soldados murieron y la otra mitad fue tomada prisionera. El rey Sebastián muere en combate. Pero como se consideraba deshonroso haber visto morir al Rey y haber sobrevivido en vez de dar la vida por él, nadie dice haberlo visto, dando lugar al surgimiento del mito.
La muerte de Sebastián acarreó serios problemas a Portugal, ya que no había dejado herederos. De tal modo que el cardenal Enrique accedió al trono y, en 1580, el país acabó bajo el control del gobierno del rey español Felipe II. Así fue como entre el pueblo comenzó a decirse que el Rey había escapado con vida y que regresaría, cual mesías a redimir y liberar a la nación de Portugal.
Sin embargo mucho antes de la aparición de Sebastián, en la villa portuguesa de Troncoso, Gonzalo Annes, más conocido como el zapatero Bandarra predicaba en público trovas impregnadas de un tono profético y mesiánico que aludían a la restauración de Portugal, lograda por un Rey lleno de sabiduría y valor, que instauraría un imperio santo y universal.
Bandarra era un aficionado lector de la Biblia y con su vasto conocimiento de las Escrituras logró ganar una corte de adeptos. Sabía leer y escribir, lo cual no era poco para aquel entonces. Si bien no era judío, tenía muchos seguidores entre ellos. Recordemos que en aquel momento los judíos pasaban por un momento de gran efervescencia mesiánica y estaban sometidos a persecución, por lo que encontraron en este zapatero un intérprete y una voz. Sin embargo no pasó mucho tiempo hasta que su actividad llegara a oídos de Alfonso de Medina y al Tribunal de la Santa Inquisición. Después de idas y vueltas, finalmente Bandarra fue absuelto, pero obligado al auto de fe y se le prohibió escribir, leer o divulgar asuntos referidos a la Biblia. Obedeció y desde aquel momento no se supo más de él. Sin embargo las trovas seguirían circulando y no sólo se difundirían por toda la Península, sino que además siglos más tarde serían respetadas, examinadas y creídas. Indiscutiblemente, Bandarra, el zapatero cuando hablaba del Rey glorioso, se refería ni más ni menos que al rey Sebastián.
Como podemos ver, el sebastianismo se inserta en la conciencia popular y colectiva como una especie de nacionalización del mesianismo judaico pero a la portuguesa, lo que ha llevado a creer que en las épocas de sufrimiento colectivo vendrá un ser poderoso a salvar las almas de los desvalidos.
Tiempo después, en la época de la Restauración (1640), el sebastianismo fue identificado con la nueva dinastía de Braganza, en su guerra contra España (lo que historiográficamente se conoce como la guerra de Separación de Portugal), pues el nuevo rey, Juan IV, sería para muchos el “esperado encubierto”. En este contexto, el padre Antonio Vieira publicó un trabajo sobre el V Imperio, en el cual afirmaba que le correspondería al rey portugués, identificado primero con Juan IV y después con el propio rey Sebastián, debido a divergencias con los Braganza, instaurar la monarquía universal.
A pesar de ser condenado por la Inquisición y combatido por el ministro marqués de Pombal, el sebastianismo continuó con fuerza en el imaginario popular portugués, incluso durante la invasión napoleónica del país, a partir de 1807.
En Brasil existen testimonios de manifestaciones sebastianistas ya en 1640, en Sao Paulo, cuando hubo resistencia al reclutamiento para combatir a los holandeses. En el siglo XIX hubo ejemplos en Minas Gerais, Bahía y Pernambuco. Las más importantes de ellas fueron las de Canudos (Bahía, 1897) y del Contestado (Paraná y Santa Catarina, 1911), en las que aparecieron rasgos sebastianistas a través de la predicación mesiánica de líderes que cautivaron a la población humilde, iletrada y explotada del interior, prometiendo la solución de sus problemas en una nueva era de paz, armonía y justicia bajo un reino perfecto.
Puntualmente, en Brasil, el sebastianismo se mezcla además con prácticas primitivas de origen amerindio y africano. Y el imaginario popular tomará el sebastianismo como herramienta para la construcción del “mito nacional” brasilero. Pues se supone que el brasilero es la confluencia de tres razas cuya historia está signada por la tristeza: el portugués desterrado de su patria y despojado de la gloria por la muerte de Sebastián; el negro, sacado de África y sometido a la esclavitud, y el indio arrancado de su medio autóctono y despojado de sus tierras y creencias. Por eso para los creyentes sebastianistas del Brasil, en su mayoría sertaneros campesinos ahogados en la pobreza más profunda, obligados irremediablemente a la austeridad, el ascetismo y desolación determinada incluso por el medio inhóspito que los rodea, el futuro se fundamenta en el regreso al Paraíso perdido, que será devuelto junto a la venida de Sebastián, vestido de blanco y rodeado por todos sus guerreros.
El caso más emblemático del sebastianismo en Brasil fue la batalla de Canudos, que tan magistralmente retrató en forma novelada, el escritor peruano Mario Vargas Llosa, en “La Guerra del Fin del Mundo”, 1981. El jefe o líder del alzamiento de Canudos fue Antonio Conselheiro quien llegó a fines del siglo XIX al Sertao brasilero predicando sobre acontecimientos venideros que pondrían fin a las miserias colectivas que sometían a los seres de aquel lugar. El Conselheiro vaticinó durante años, por aquellas tierras desoladas catástrofes terribles de las que sólo se salvarían sus adeptos, aquellos que aún sumidos en la pobreza más extrema se mantendrían limpios y puros, apartados del sistema imperante que gobernaba el Brasil, la República, rebelándose contra la opresión y la contaminación de este mundo mientras aguardaban la llegada de un reino mesiánico dotado de maravillosos atributos.
Pues, la República encarnaba para ellos al anti-Cristo, por sus influencias positivistas y anti clericales; influencias que por otra parte no llegaban a comprender. Para aquellos campesinos, la República encarnaba al Diablo es decir, a su adversario. Mientras que por su parte, la República veía en estos campesinos reunidos alrededor de su líder mesiánico el dedo de la monarquía derrocada y del imperialismo británico.
Pese a lo que resultó aquel feroz enfrentamiento, todos de alguna manera sabían que aquella lucha ya estaba perdida de antemano. Fue realmente una carnicería. Miles de hombres movidos por su fe, aferrados a su única y última esperanza, sin nada que perder. Y otros miles de hombres aferrados a sus preceptos, a los principios del positivismo y laicismo, en pos de la defensa de la República y de la nación, cegados por otra clase de fe no menos irracional y sanguinaria que la ceguera de otras religiones, que aún hoy en día crean mares de sangre por el mundo, mientras defienden su fe con las armas y la intransigencia, basando sus dogmas en el resentimiento y el odio más acérrimo y cruel.
Muchas podrán ser conclusiones, respecto a lo que fue y significó el Sebastianismo; muchas podrán ser las reflexiones incluso respecto a las diversas religiones que aún perduran en la actualidad. Podríamos dejar a criterio del lector la conclusión abierta y discutible sobre esta nota. Sin embargo, un interesante y último elemento de reflexión fue lo que comentó el escritor Mario Vargas Llosa, cuando se le preguntó en una entrevista, cuál era su opinión respecto a la sucesión de equívocos que significó Canudos y si existió allí alguna metáfora sobre la ideología…
“… La tragedia de Canudos es ni más ni menos que la tragedia de América Latina, porque en distintos momentos de nuestra historia nos hemos visto divididos, enfrentados en guerras civiles, en represiones, y a veces en matanzas peores que la de Canudos, por cegueras recíprocas parecidas. Es el fenómeno del fanatismo y de la intolerancia. En algunos casos eran rebeldes mesiánicos; en otros fueron utópicos o socialistas; en otras eran luchas entre conservadores y liberales. Y sigue ocurriendo hoy; si no es la mano del imperialismo británico es la del imperialismo yanqui … Mientras escribía el libro, yo me preguntaba una cosa que no acababa de entender: ¿qué les dio el Consejero a los sertaneros? Porque algo debía darles ¿Por qué se hicieron matar de esa manera verdaderamente suicida? Llegó un momento en que evidentemente, esa guerra ya estaba perdida, los jaguncos (campesinos rebeldes) ya no tenían ninguna posibilidad de ganar o de resistir al cerco de las fuerzas del gobierno central, y sin embargo la gente aún trataba de romper el cerco, pero no para huir, sino para entrar a morir allí, en el reducto jagunco. ¿Qué clase de adhesión tenía aquella gente al Consejero? Creo que el Consejero no podía resolver el problema material de esas personas. Era un mundo que no tenia ninguna posibilidad de mejorar económicamente, socialmente; era un mundo que estaba en una situación de pobreza extrema, trágica por las sequías, los bandoleros, además de la pobreza de la tierra misma tan terrible. Pero creo que lo genial del Consejero fue que convirtió todo lo que era defecto en virtud. Lo que les dio fue la posibilidad de interpretar, de ver esa condición desamparada, trágica que ellos tenían, como algo que podía enorgullecerlos y dignificarlos. Ellos eran los más pobres porque habían sido elegidos. Ser el más pobre era ser el más puro, de cierta forma. Era poder asumir de una manera más íntegra, más completa, la fe, la creencia en Dios. Hubo una reivindicación de una condición que daba un orgullo y una dignidad a gentes que no tenían eso, que eran la escoria de la tierra. Ellos eran distintos, sí, pero eran los defensores de algo, defendían la fe y aguardaban su salvación…”
Y como ocurrió con Sebastián, así también aún en la actualidad hay quienes todavía aguardan el regreso del Conselheiro…
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