10/8/09

Informe y texto: Karina Donangelo
Cultos de la Grecia Antigua: Las Bacanales

A continuación narraremos los orígenes de arcaicas celebraciones basadas en los cultos lunares del mundo antiguo.
Éstas tienen sus inicios en la cultura griega de antaño, que a su vez estaba nutrida en la confluencia de los ritos, mitologías y cultos a múltiples divinidades de diversas civilizaciones de la antigüedad.
Erróneamente, muchos críticos e historiadores concuerdan en afirmar que Grecia fue “Cuna de la Civilización”. Diversas teorías dan cuenta del orígen racial de los griegos, y de las culturas primigenias, que se asentaron en la península mediterránea.
Sin embargo, un análisis objetivo pareciera indicar que Grecia fue más bien el punto de encuentro entre pueblos, culturas y razas de la antigüedad.
Se cree que hace miles de años, esta península montañosa, que despliega finos cortes en el Mar Mediterráneo, y a la cual rodean numerosas islas estaba poblada por hombres de raza blanca, emparentados con los getas, los escitas y los celtas primitivos.
Mientras que estos grupos de indoeuropeos poblaron el norte y centro del país; hacia el sur, sobre las orillas de los mares, promontorios y valles fértiles concurrieron también numerosas colonias de la India, Fenicia, Egipto y Palestina, con sus costumbres ancestrales y sus múltiples divinidades.
Comerciantes y piratas llevaban en sus naves todas las riquezas de Asia y África: marfiles, telas de Siria, vasos de oro, cerámicas, púrpura, perlas y bellas mujeres, arrebatas de alguna costa salvaje.
Gracias a estos cruzamientos de razas se moldeó un idioma armonioso y fácil, mezcla del celta primitivo, del zend, del sánscrito y del fenicio.
En aquellos tiempos, toda la vida intelectual descendía de los santuarios. Se adoraba a Juno en Argos; a Artemisa en Arcadia; en Pafos y en Corinto, la Astarté fenicia se había convertido en la Afrodita nacida de la espuma del mar.
Maestros, iniciados y sacerdotes de todas partes aparecieron en el Ática portando diferentes cultos. Incluso una colonia egipcia había llevado a Eleusis el culto de Isis, bajo la forma de Démeter (Ceres), madre de los Dioses.

Orígenes del Antagonismo

El Dios solar, el Apolo délfico, existía ya. El culto de Apolo fue introducido por un sacerdote innovador, bajo el impulso de la doctrina del Verbo Solar, que recorría entonces los santuarios de la India y de Egipto.
Sin embargo, este culto no representaba sino un papel difuso y borroso.
Fue Orfeo quien dio un renovado poder al verbo solar de Apolo, reanimándolo y electrizándolo, por medio de los misterios de Dionisos.
No obstante, la gente común, de los pueblos y aldeas prefería dirigir su adoración a las diosas que representaban a la naturaleza en sus potencias benéficas o destructoras; los ríos subterráneos; las erupciones volcánicas o las tormentas eléctricas.
Como todas aquellas divinidades no tenían ni centro social ni entidad religiosa definida, poco a poco comenzó a librarse una guerra encarnizada.
Los templos enemigos, las ciudades rivales, los pueblos divididos por el rito, o la ambición de sacerdotes y reyes se batían en luchas feroces. Esto llevó a profundizar el odio entre cultos contrarios y muchas veces hasta provocar la muerte de los propios feligreses.

La Tracia profunda

Como todos los pueblos antiguos, que recibieron su organización de los Grandes Misterios (Israel, Egipto o Etruria), Grecia tuvo también su propia geografía sagrada.
Tras aquella Grecia oculta estaba la Tracia salvaje y profunda. Allí, donde las hileras montañosas eran surcadas por los vientos del Septentrión. Con un cielo, a menudo tormentoso, que cubría los macizos nudosos y los flancos boscosos.
Pero, ¿por qué Tracia fue considerada por los griegos, como el país santo por excelencia; el país de la luz y verdadera patria de las Musas? ¿Por qué, fue precisamente Tracia en donde se construyeron tantos templos sagrados y panteones? ¿Por qué, en Tracia nacieron y se desarrollaron con mayor fuerza la Poesía, las Leyes y las Artes sagradas?
Según Fabre d’Olivert, “Thrakia” deriva del fenicio “Rakhiwa”, que significa “espacio etéreo” o “firmamento”. Lo cierto es que para los iniciados de Grecia, como Píndaro, esquilo o Platón, el nombre de Tracia tenía un sentido simbólico y significaba el país de la pura doctrina, y de la poesía sagrada. Designaba el conjunto de doctrinas y tradiciones, que hacen proceder al mundo de una inteligencia divina. E históricamente, aquel nombre recordaba el país y la raza donde la doctrina y la poesía dóricas, vigoroso brote del antiguo espíritu ario habían florecido en Grecia. Sin embargo, Tamiris, un poeta e iniciado cantó alegóricamente una poesía y a través de ella profetizó la derrota de la poesía cosmogónica, por nuevas modalidades.
Poco a poco, el espíritu de Asia fue minando, con cantos melancólicos a la Grecia iluminada. Llegaba la hora del crepúsculo. Se revelaba así en Tracia, la invasión de una poesía emocional, desolada y voluptuosa, contraria al espíritu viril de los dorios.
Pero, por sobre todas las cosas significaba también la victoria de un Culto Lunar sobre un Culto Solar. Es así como llegamos a los tiempos en que Tracia fue presa de una lucha profunda, y encarnizada. Los cultos solares y los cultos lunares se disputaban la supremacía.

Cultos Solares y Cultos Lunares

Estos cultos representaban dos teologías; dos cosmogonías; dos religiones y dos organizaciones sociales radicalmente opuestas. Los cultos uránicos o solares tenían sus templos en las alturas y las montañas; sacerdotes varones; reglas ascéticas y leyes severas.
En tanto, los cultos lunares reinaban en las selvas y en los valles; tenían mujeres por sacerdotisas; ritos voluptuosos; la práctica desordenada de las artes ocultas y el gusto por la excitación orgiástica.
La guerra entre los sacerdotes del sol y las sacerdotisas de la luna era a muerte. Una lucha de sexos, antigua, inevitable, abierta u oculta, pero eterna, entre el principio masculino y el principio femenino, en la que se juega el secreto de los mundos. Pues, únicamente el equilibrio de estos dos principios puede producir las grandes civilizaciones.
Los dioses masculinos, cosmogónicos y solares habían sido relegados a las altas montañas, a los países desiertos. El pueblo prefería los pomposos cortejos dedicados a las deidades femeninas, que evocaban las pasiones más peligrosas y desenfrenadas.

El poder tenebroso de las sombras

Quien regía a las sacerdotisas oscuras era Hécate, divinidad femenina griega, que en sus tres personificaciones, de Luna en el cielo; Diana en la tierra y Proserpina en el infierno ha sido identificada también como la “Triple Hécate”.
Hécate era la diosa de la oscuridad e hija de los titanes Perses y Asteria. A diferencia de Artémis, que representaba la luz lunar y el esplendor de la noche; Hécate representaba su oscuridad y sus terrores. Se creía que en las noches sin luna, ella vagaba por la tierra con una jauría de perros fantasmales y aulladores. Era la diosa de la hechicería y lo arcano. Se la suele representar con tres cabezas y serpientes alrededor de su cuello.
Oscuras nubes y el silbido siniestro del viento furioso recorrían el suelo de la antigua Hélade. Espantosos abusos comenzaban a producirse. Las sacerdotisas de Hécate se habían apoderado del viejo culto de Baco, confiriéndole un carácter sangriento y tenebroso. Así fue como adoptaron finalmente el nombre de “Bacantes”.
Magas, peligrosamente seductoras y sacrificadoras sanguinarias de víctimas humanas, las bacantes tenían su santuario en los valles salvajes y lejanos. Celebraban sus ritos y danzas nocturnas (Bacanales) en las montañas. La alusión literaria más antigua se encuentra en el Himno homérico a Démeter. Por lo general, se reunían a mitad del invierno, descalzas y cubiertas con pieles de leopardo.
Pausanias relata que, en Delfos, las mujeres subían hasta la cima del Parnaso (que tiene más de 2,400 metros de altura). Danzaban hasta caer rendidas o entrar en trance. Un sabio mahometano mencionó, alguna vez, que “el Poder de la Danza mora en Dios”..., pero también es cierto que la danza posee un poder peligroso, al que estas mujeres se abandonaban, llegando a quedar incluso en estado de inconciencia. Como si corriera por sus venas, alguna poción mágica, restauradora del vigor y la juventud y las introdujera en otro mundo misterioso. Bailaban en honor al dios Dionisos (o Baco), agitando frenéticamente sus cabelleras, mientras bebían grandes cantidades de vino, hasta entrar en un “frenesí báquico”. Es que Dionisos era la causa de la locura y a la vez liberador de la misma. Acompañaban sus danzas con flautas y timbales, y portaban vasos griegos llenos de vino sobre sus cabezas, sin derramar el líquido. Pues, para los griegos, aquellos instrumentos eran instrumentos “orgiásticos” por excelencia: se empleaban en todos los grandes cultos danzantes; en los de la Cibeles asiática y la Rea cretense, así como en el de Dionisos.
Otro elemento característico de estos rituales era la manipulación de serpientes. Las levantaban y se las colocaban sobre sus cabezas, o se las aproximaban a la cara. El significado de este rito era la alegórica unión sexual del dios con el iniciado, ya que la serpiente era el símbolo sexual y de la fertilidad.
Luego de abandonarse a prácticas sexuales desenfrenadas, tales como la sodomía y la zoofilia o relaciones entre personas del mismo sexo o el sometimiento sexual a los hombres capturados y ultrajados, llegaba el acto culminante de esta celebración: hacer pedazos con sus propias manos, beber la sangre todavía caliente y tragar crudo el cuerpo de un animal. En ocasiones utilizaban para esta clase de sacrificios, bueyes, cabras o serpientes. Era un sacramento en el que, según creían, el dios Dionisos estaba presente en el vehículo-animal y era comido por su pueblo devoto. Como si el dios se introdujera en sus feligreses.
Las bacantes se lanzaban sobre los profanos que eran sorprendidos en los bosques, en la oscuridad. Este profano debía jurarles sumisión y someterse a sus ritos, o perecer, muchas veces sirviendo él mismo como presa para el próximo sacrificio. Se cuenta también, que estas mujeres eran hábiles en la domesticación de panteras, leones y tigres.
Todas ellas evocaban a Baco (Dionisos). El Baco subterráneo, de doble sexo y cabeza de toro. Sin embargo, esta tradición era mucho más antigua, ya que la adoración del toro (tauromaquia) data de las primeras civilizaciones, cercanas al origen de la Humanidad y procedentes de diversos lugares del globo terráqueo; aparentemente sin conexión unas con otras.
Cosa curiosa es también, volver a encontrar el Baco infernal de las bacantes en el Satanás con cabeza de toro, que evocaban y adoraban las brujas de la Edad Media, en sus aquelarres nocturnos. Se trata del famoso “Baphomet”, de quien, según afirmó la Iglesia, eran fieles los Templarios.
Quien resucita el culto solar es Orfeo, a quien llamaban el “hijo de Apolo, dios de la Luz”.
El más antiguo santuario solar se elevaba entonces, sobre el monte Kaukaión. Sin embargo, desde que las divinidades de abajo habían dominado la tierra griega, sus adeptos eran escasos y el templo estaba casi abandonado.
Los sacerdotes del monte Kaukaión recibieron al iniciado Orfeo como a un salvador, como a un Mesías. Con su ciencia y su entusiasmo, Orfeo conquistó a la mayoría de los tracios; cautivó a las bacantes y transformó por completo el culto a Baco. Su influencia penetró en todos los santuarios de Grecia. Consagró la majestad de Zeus en Tracia; la de Apolo en Delfos y forjó el alma religiosa de su patria. De esta forma, Orfeo llegó a ser pontífice de Tracia; gran sacerdote del Zeus Olímpico y el revelador del Dionisos celeste.
Si bien el culto lunar pasó a radicarse completamente en las sombras, no por ello ha dejado de estar presente en el curso de la historia, en la mayoría de los casos, desde la clandestinidad. Pese a la instauración del Cristianismo, los adoradores de Hécate continuaron celebrando sus ritos macabros. Perseguidos feroz e implacablemente por la Iglesia Católica, acusados de herejes y hechicería, mantuvieron sus creencias. Y aunque cueste creerlo, persisten en la actualidad e insospechadamente circulan entre nosotros.

No hay comentarios: