24/3/08

Mensaje de J. D. Perón a los jóvenes del 2000

Informe y texto: Karina Donangelo
UTOPIA Y DESENCANTO

Decía Jorge Luis Borges, que “las palabras crean mundos”... y tenía razón.
Porque la Palabra no es más que la forma representativa de una idea, de un concepto. Pero para los grandes poetas, los visionarios y los profetas, las palabras son capaces de representar mucho más que una idea. Puesto que cual hábiles alquimistas son capaces de transformar y crear con su magia verdaderos universos. Mundos ocultos dentro de este mundo.
Sin embargo, en este tiempo de ideas infértiles, en el cual los grandes magos se han llamado a silencio, y los dioses se han ocultado se impone el ersat, es decir, una especie de transmutación falaz en donde todo aquello que alguna vez fue valioso, todo aquello que alguna vez fue verdadero, hoy simula serlo, pero en el fondo no lo es. Puesto que priman las apariencias, como si se tratara de una cáscara de nuez, vacía por dentro y por ende carente de contenido.
Hoy abundan seres intrascendentes, mezquinos, que viven por y para las apariencias, enamorados de sí mismos, faltos a la verdad. Cuyo fin último en la vida es “triunfar”, sacando ventaja de todo sin saber cómo, ni por qué ni para qué, poniéndo en práctica la ley del más fuerte. Como si el fugaz paso por este mundo se redujera a una lucha encarnizada por ser “alguien”, aunque “ese alguien” carezca de alma, por haberla empeñado o rematado al mejor postor.
Hoy se impone el cálculo, el reino de la cantidad y las conveniencias. Se impone el egoísmo incluso frente a algo tan elemental como, la ternura, el cariño, el tiempo sosegado o los silencios profundos.
Se ha perdido el encanto, el buen gusto, la sencillez de las grandes cosas que hasta podrían conmover a nuestro corazón. Porque debajo del estruendo, de sonidos metálicos, de pantallas de video, de televisores de plasma, de computadoras en todas sus formas y tamaños, aún queda el canto de un pájaro, que muere de tristeza, por ser ignorado, aún existe el arrullo de un niño que comienza a balbucear su vocabulario elemental. Porque detrás de los códigos de barra, de las moles de cemento, de los ascensores automáticos y las tarjetas magnéticas, todavía nos queda la posibilidad de, a pesar de todo, de tantos desengaños, de tanto tiempo mal gastado, volver a creer y volver a luchar. Aún no es tarde para sorprendernos con la sonrisa del otro. Todavía podemos emocionarnos de alegría con el llanto, aún es posible tomarnos de la mano, todavía quedan quienes son capaces de guardar nuestros secretos, todavía tiene valor la palabra empeñada, aún nos quedan por delante promesas por cumplir, disculpas por dar, errores por reconocer y mucho por perdonar.
Se trata de volver a creer, de elevarnos en un último esfuerzo por resarcir nuestra humanidad, nuestra patria, honrar nuestra bandera y resucitar al Ser nacional.
Saber que somos, saber que sentimos, saber que sufrimos, saber que amamos, saber que podemos, puede que tal vez nos haga más débiles o vulnerables en este mundo implacable e impío, pero sin duda fortalecerá nuestra voluntad, la voluntad que nos permitirá luchar hasta el final . Una voluntad, que a pesar de las derrotas no nos lleve nunca a claudicar. Porque la victoria no es el triunfo, sino el no rendirse jamás y nunca, pero nunca, nunca dejar de soñar.
Así lo creía el General Juan Domingo perón, a pesar del tono amargo, cargado de desengaños con el que sin embargo intentó alentar a las generaciones futuras. No sólo como un gran estratega, sino también como un gran visionario.
Ya lo creía también otro sabio y clariovidente de la realidad argentina, Arturo Jauretche, quien expresó: “No es posible quedarse a contemplar el ombligo de ayer y no ver el cordón umbilical que aparece a medida que todos los días nace una nueva Argentina a través de los jóvenes... No se lamenten los viejos de que los recién venidos ocupen los primeros puestos de la fila; porque siempre es así: se gana con los nuevos”.
El siguiente mensaje que publicamos a continuación fue elaborado por Juan Domingo Perón para los jóvenes argentinos del año 2000, entre 1948 y 1950, según las aproximaciones que oportunamente han hecho distintos historiadores en notas alusivas a dicho mensaje y su orígen cronológico.
Originalmente formó parte de la celebración del aniversario de la Reconquista de Buenos Aires en manos inglesas.
En el acto popular, una columna de estudiantes transportó un cofre, en cuyo interior resguardado por un tubo de aluminio yacía el mensaje escrito por Perón. A los pies del monumento de Manuel Belgrano, en Plaza de Mayo se cabó un pozo de casi un metro de profundidad, donde fue enterrado el cofre en cuestión. Luego se lo cubrió con cemento y con una baldosa de mármol.
Pero cuando el gobierno peronista fue derrocado por la mal llamada Revolución Libertadora, los miembros que la conformaban ordenaron desenterrar el mensaje y eliminarlo.
Sin embargo, el contenido del texto sobrevivió y se difundió a través de una copia fiel que Perón guardó y que la resistencia peronista difundió de mano en mano.
El 12 de agosto de 2000, la Legislatura de la Ciudad de Buenos aires enterró en la misma Plaza de Mayo un texto fascímil del mansaje de Perón, a pocos metros del lugar original. Este mensaje debía desenterrarse justamente el 12 de agosto de 2006, tal como se hizo. Del acto participaron, entre otros el historiador Oscar Sbarra Mitre; el dirigente del PJ Julián Licastro y Fernando Braga Menéndez, personaje cercano al presidente Néstor Kirchner. Además de estudiantes de distintas instituciones públicas y privadas.



"La juventud argentina del año 2000 querrá volver sus ojos al pasado y exigir a la historia una rendición de cuentas encaminada a enjuiciar el uso que los gobernantes de todos los tiempos han hecho del sagrado depósito que en sus manos fueron poniendo las generaciones precedentes y también si sus actos y sus doctrinas fueron suficientes para llevar el bienestar a sus pueblos y para conseguir la paz entre las naciones.
Por desgracia para nosotros, ese balance no nos ha sido nada favorable.
Anticipémonos a él para que conste al menos nuestra buena fé y confesemos lealmente que ni los rectores de los pueblos ni las masas regidas, han sabido lograr el camino de la felicidad individual y colectiva.
En el transcurso de los siglos, hemos progresado de manera gigantesca en el orden material y científico y si cada día se avanza en la limitación del dolor, es solamente en su aspecto físico, porque en el moral el camino recorrido ha sido pequeño.
El egoísmo ha regido muchas veces los actos de gobierno, y no es el amor al prójimo ni siquiera la comprensión o la tolerancia, lo que mueve las determinaciones humanas.
Esa acusación resulta aplicable tanto a los pueblos como a los individuos. Cierto de que en uno y en otros se dan ejemplos de altruismo, pero como hechos aislados de poca o ninguna influencia en la marcha de la humanidad. Es cierto que en ocasiones parece que se ha dado un gran impulso en favor de los nobles ideales y de las causas justas, pero la realidad nos llama a sí y nos hace ver que todo era una ilusión. Apenas terminada una guerra, ponemos nuestra esperanza en que ha de ser la última, porque las diferencias entre las naciones se han de resolver por las vías del derecho aplicado por los organismos internacionales. Pocos años bastan para demostrarnos con un conflicto bélico de mayores proporciones el tremendo error en que habíamos caído.
Hasta el aspecto caballeresco de las batallas se ha perdido y hoy vemos con el corazón empedernido, cómo al cabo de veinte siglos de civilización cristiana caen en la lucha niños, mujeres y ancianos.
Apenas un conflicto social ha sido resuelto, vemos asomar otro de más grandes proporciones, no siempre solucionado por las vías de la inteligencia y de la armonía, sino por la coacción estatal o de las propias partes contendientes más fuertes, no el de mejor derecho.
Frente a esta lamentablemente realidad ¿de que han servido las doctrinas políticas, las teorías económicas y las lucubraciones sociales? Ni las democracias ni las tiranías ni los empirismos antiguos ni los conceptos modernos han sido suficientes para aquietar las pasiones o para coordinar los anhelos. La libertad misma queda limitada a una hermosa palabra de muy escaso contenido, pues cada cual la entiende y la aplica en su propio beneficio. El capitalismo se vale de ella no para elevar la condición de los trabajadores procurando su bienestar sino para deprimirles y explotarles. Los poseedores de la riqueza no quieren compartirla con los desposeídos sino aceptarla y monopolizarla. E inversamente, los falsos apóstoles del proletariado quieren la libertad más para usarla, como un arma en la lucha de clases que para obtener lo que sus reivindicaciones tengan de justas.
No ha empezado a alborar el liberalismo económico cuando para impedir sus abusos tiene el Estado que iniciar una intervención cada día más intensa a fin de evitar el daño entre las partes y el daño a la colectividad. Pero tampoco su intervencionismo constituye remedio eficaz porque o es partidista o se trata de anular las libertades individuales y con ellas a la propia persona humana.
El mundo ha fracasado. Más este fracaso, ¿será tan absoluto que no deje un mínimo resquicio a la esperanza? Posiblemente podamos mantener el optimismo con la ilusión de que el avance de la humanidad hacia su bienestar es tan lento que no lo percibimos, pero, de cada evolución queda una partícula aprovechable para el mejor desarrollo de la humanidad. El avance es invisible y está oculto por sus propios vicios a que antes he aludido; pero no por eso deja de existir.
Se haría más perceptible si cada uno de nosotros se despojase de algo propio en beneficio de sus semejantes, si se tratase de dirimir las disputas con la razón y no con la violencia. Dentro de mis posibilidades así he procurado hacerlo y en este sentido he orientado mi labor de gobernante. Válgame por lo menos la intención y sea ella la que juzguen y valoren mis críticos del porvenir.
La humanidad debe comprender que hay que formar una juventud inspirada en otros sentimientos, que sea capaz de realizar lo que nosotros no hemos sido capaces. Esa es la verdad, es la amarga verdad que la humanidad ha vivido y es también la verdad más grande que en estos tiempos debemos sustentar sin egoísmos, porque éstos no han conducido más que a desastres.
En nuestra querida Argentina el panorama descripto se ha sentido sin ser cruento, pero en el orden general los hechos prueban que ha sido el acierto la resolución que ha precedido nuestra realidad. La independencia política que heredamos de nuestros mayores hasta nuestros días, no había efectivizada por la independencia económica que permitiera decir con verdad que constituíamos una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.
Por eso, nosotros hemos luchado sin descanso para imponer la justicia social que suprimiera la miseria en medio de la abundancia; por eso hemos declarado y realizado la independencia económica que nos permitiera reconquistar lo perdido y crear una Argentina para los argentinos, y por ese nosotros vivimos velando porque la soberanía de la Patria sea inviolada mientras haya un argentino que pueda oponer su pecho al avance de toda prepotencia extranjera, destinada a menguar el derecho que cada argentino tiene de decidir por sí dentro de las fronteras de sus tierra.
Contra un mundo que ha fracasado, dejamos una doctrina justa y un programa de acción para ser cumplido por juventud: ésa será responsabilidad ante la Historia.
Quiera Dios que ese juicio les sea favorable y que al leer este mensaje de un humilde argentino, que amó mucho, a su Patria y trato de servirla honradamente, podáis, hermanos del 2000, lanzar vuestra mirada sobre la Gran Argentina que soñamos, por la cual vivimos, luchamos y sufrimos. "

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