Informe y texto: Karina Donangelo
El gato a lo largo de la
Historia – (Parte 1 de 3)
Dos
destellos de luz quiebran la oscuridad más impenetrable de la noche. Su
seductora silueta se desliza sinuosamente esquivando espectros del más allá.
Sus pasos apenas perceptibles dibujan jeroglíficos, mensajes ocultos de
antepasados lejanos. Tensa sus músculos y un salto mortal ubica su contextura
tan livianamente como una pluma meciéndose en medio de un temporal. Percibe
otras presencias; las conoce y por eso las deja pasar. Una grieta en el tiempo trajo
a este ser hasta nosotros; perteneciente a un tiempo remoto o a un mundo
paralelo, el cual habita dentro de este mundo.
En su
convivencia cotidiana ha sido amado y odiado, divinizado y perseguido,
agasajado y vituperado. Ha vivido en palacios y ha vagabundeado por tejados y
callejones oscuros. Ha subido a altares y también a los patíbulos; se ha visto
asociado a dioses y también a seres diabólicos en etapas oscurantistas. Pero
cualquiera haya sido su condición, nunca ha sido indiferente o ignorado y hallamos
constancia de ellos en la historia.
Adorados
por muchos y odiados por otros, causal de alergias o de alegrías infinitas,
compañeros fieles hasta la muerte cuyo amor nos es inmerecido y mucho más desinteresado que el
afecto de cualquier otro, los gatos son en esta oportunidad los protagonistas
absolutos de esta nota.
Quien
nunca haya tenido un gato, jamás podrá saber de lo que estamos hablando. Se
perderá la oportunidad de conocer a un ser verdaderamente fascinante; un mago
encerrado en un cuerpo felino de más de doscientos huesos y quinientos
músculos.
Eso sí,
cabe destacar y prevenir al lector, que estas bellas criaturas, se toman la
libertad y se arrogan el derecho de decidir quiénes son dignos de su compañía y
afecto, incluso quienes merecen hacerles una caricia al pasar.
Esta
característica me recuerda al siamés loco del maravilloso cuento “El idioma de
los gatos”, de Spencer Holst, que le explicaba al caballero científico que
miles de años atrás los gatos poseían una imponente civilización mundial, en la
que imperaba la comunicación telepática, las naves espaciales y toda una serie
de maravillas. Era todo tan complejo y desarrollado que un buen día, los gatos
decidieron simplificar su existencia y así fue que inventaron una raza de
robots para que se hicieran cargo del cuidado y atención de los gatos.
Naturalmente, dichos robots somos nosotros.
Esta
fantástica historia vale para entender que, la humanidad, lejos de estar
dividida entre gatófilos y perrófilos –como habitualmente se suele afirmar-, lo
está entre las personas que los gatos aceptan y las que son rechazadas por
ellos, sin motivo aparente.
No
obstante esto, para quienes nos sentimos irresistiblemente atraídos por los
gatos, solemos coincidir con ellos y nuestro amor generalmente es correspondido.
Especialmente si los/as amantes de estos felinos tienen algo que ver con las
artes, en particular con la literatura. Pues, a los gatos les encantan los
libros, los borradores, los periódicos, el rasguido de una lapicera, la luz
tenue de una lámpara en medio de la noche; y hasta se dejan seducir por el
monitor de una computadora, el sonido impreso del teclado y los clicks del
mouse. Y es que nada les gusta más a los felinos que acurrucarse sobre nuestra
falda, hechos un bollitos si escribimos frente a una computadora; o bien
acomodarse plácidamente sobre la mesa en que están esparcidas las hojas y
apoyar una patita o parte de su cuerpo sobre lo que ya tiene algo escrito, o
precisamente sobre aquello que estamos por empezar a leer.
En el antiguo Egipto
Estos
descendientes del Miacis, animal primitivo aparecido hace unos 40 millones de
años, se desdobló luego, en cuarenta variedades hace un millón de años atrás,
entre las cuales el Felis Libicay el Felis Silvestris habrían dado origen a nuestros venerados
gatos.
Los
gatos fueron domesticados unos 8000 años atrás, en el norte de África,
probablemente Etiopía. Pero la civilización que mostró una verdadera devoción
por este felino fue la egipcia.
Hace
5000 años, el más eficaz y sanguinario cazarratones que jamás haya existido
abandonó su hábitat en el desierto de Nubia y se acercó a los hogares egipcios.
Probablemente
por su acreditada habilidad para proteger los graneros de la voracidad de los
roedores y también por ser un habilidoso cazador de serpientes, fue aceptado en
los hogares y domesticado. Pronto aquel gato apacible que ronroneaba hecho un
ovillo o enarcaba su cuerpo sacudiendo la cola, y siempre presto y atento a
defender la casa de los ratones, conquistó el favor y el afecto de sus amos y
familias egipcias.
Recibió
diversos nombres como MAU o MIU, aunque el nombre común que con más frecuencia
aparece en los jeroglíficos egipcios es QATO, del cual proceden el clásico
cattus romano, el griego Katos o el árabe quett, además de los modernos gato,
gatto, katta, katze, cat, chat, etc.
Estos
animales, no sólo tuvieron carácter divino, sino que en Egipto, también
contaban con una legislación propia. Matar a un gato era peor que asesinar a un
hombre. Ante esto último, siempre cabía la posibilidad de un indulto, pero si
el muerto era un gato, ni el propio faraón tenía poder para condonar la pena y
la condena era a muerte; se debía pagar con la vida misma. Incuso, en caso de
que una casa se incendiara, los habitantes de la misma y sus vecinos se
ocupaban primero de salvar a los michifus, y luego recién, se pensaba en el
resto de la familia.Si un
egipcio descubría un gato fuera de las fronteras, era su deber y obligación
llevarlo a tierra egipcia, sano y salvo.El
faraón solía tener como mascotas a varios gatos, incluso leones y leopardos
domesticados, a los que llevaba de una cadena de oro, durante sus escasas
apariciones públicas. La fascinación se debía a la soltura con la que estos
animales se movían en la noche. Recordemos que los egipcios sentían un profundo
temor a la oscuridad, elemento que se caracterizaba por ser el principal
atributo de Seth, el Dios del Mal. Por eso, si revisamos los antiguos registros
egipcios, como los “Textos de los Sarcófagos” podremos observar que el gato era
considerado como una deidad perteneciente al ámbito solar, ya que los felinos
representaban al sol y a los defensores de éste. También cumplían la labor de
eliminar, sobre todo a las serpientes malignas, animal que por otra parte fue
el que con más frecuencia y ferocidad atacaba al Sol. Por ello, y cumpliendo el
papel del “Gran Gato de Heliópolis”, se lo encuentra representado al pié de una
peséa (o árbol ished) armado con un cuchillo y aniquilando a la serpiente
Apofis, que cada día intenta interrumpir el periplo solar. También por su
capacidad para ver en la oscuridad y el enorme agrandamiento de sus pupilas, se
le vinculó directamente con el Sol y la luna, con el ritmo de las mareas y los
ciclos de fertilidad de la tierra, por lo que adquirió un status casi divino.
Así fue
como comenzó a generarse en torno a él un culto que se personalizó en la diosa
Bastet, hija de Isis y de Osiris, que añadía a los atributos de sus
progenitores, los suyos propios: la sensualidad femenina, la sexualidad, y la fertilidad.
La diosa BASTET aparece representada con cuerpo estilizado de mujer y cabeza de
gato, habitualmente vestida al estilo egipcio, con túnica larga de escote en
pico y encajes muy elaborados. Fue venerada durante casi 2000 años, siendo
Bubastis, hoy Tell-Basta el principal centro de culto de esta diosa. Adorada
por miles de fieles, entre las ofrendas habituales dejadas en su altar se
destacaban la cerveza, el trigo y ratones cazados por las encarnaciones
domésticas de la divinidad, En su templo y en el que Bastet compartía con Sekmeth
la diosa mujer-leona, vivían gatos sagrados, ejemplares muy similares a los
actuales abisinios, a los que se les colocaba un aro de oro en la oreja
izquierda. Las sumas sacerdotisas de Bastet eran por lo general, las hijas o
hermanas del faraón, en cuyas tumbas se han encontrado los restos preservados
de los gatos que amaron y mimaron a lo largo de sus vidas.
El
culto de ultratumba en los gatos merece un comentario especial. La muerte de un
gato, en el antiguo Egipto constituía una verdadera tragedia. La familia se
ponía de luto y se afeitaba la cabeza y las cejas. Todos los integrantes
lloraban al difunto y realizaban el duelo reduciendo al máximo sus actividades
durante el período que duraba su embalsamamiento. Pues, al igual que los
humanos, los gatos eran embalsamados y momificados, envueltos en vendas de fino
lino, depositados en sarcófagos que solían contener también ratones
embalsamados como alimento en su otra vida y eran finalmente enterrados.
Los
egipcios fueron los primeros en tener cementerios para animales. Tenían un
cementerio para bueyes en honor al dios Apis; uno para perros, en honor al dios
Anubis, pero sólo los gatos contaron con importantes necrópolis, como la que
estuvo ubicada en la ciudad de Tebas, donde se encontraron más de 100.000
momias gatunas y la descubierta en 1888, en la ciudad de Beni Hasan, donde
fueron halladas 300.000 momias de gatos embalsamados, resguardadas en
sarcófagos con formas de gatos y en perfecto estado de conservación.
Muchas damas egipcias se inspiraron en los felinos para crear el típico y tan característico maquillaje de sus ojos, realizado a base de kohol o polvo de oro, malaquita y turquesa.
Muchas damas egipcias se inspiraron en los felinos para crear el típico y tan característico maquillaje de sus ojos, realizado a base de kohol o polvo de oro, malaquita y turquesa.
Incluso
algo muy poco conocido son las obras pictóricas realizadas exclusivamente por
los gatos. Al parecer, los felinos utilizaban sus patitas humedecidas en
pintura para efectuar dicha labor. Muchas de estas obras han sobrevivido al
paso de los siglos. Incluso actualmente se reconoce la existencia de al menos
seis “gatos artistas de la pintura” en todo el mundo. Existen dos anécdotas
relacionadas con gatos en el antiguo Egipto. Una de ellas se remonta a la época
en que Cambises II, rey del imperio Persa (528-521 a.C) para poder vencer
fácilmente a los egipcios en el puerto de Pelusio, puso en primera fila a
guerreros con gatos en sus brazos. Los egipcios, ante el dilema de defenderse o
respetar la vida de los gatos, optaron por rendirse.
La otra
anécdota se remonta al año 47a.C, cuando Julio César invadió Egipto. En dicha
ocasión se dice que un soldado romano mato, no se sabe si accidentalmente o de
manera intencionada a un gato. Ni siquiera el faraón Tolomeo XII pudo hacer
algo al respecto: la turba se apoderó del legionario y lo linchó simple y
llanamente como un blasfemo cualquiera.
En Grecia y Roma…
En
Grecia consideraban que el gato era el animal totémico de la diosa Artemisa, ya
que ella había sido su creadora, con el fin de retrucar en tono burlón a la
provocación de su hermano Apolos, que previamente había creado al león, con la idea
de asustar a la valiente diosa de la caza. Ya entonces se pensaba que los
mininos poseían poderes mágicos, especialmente los gatos negros, y se suponía
que esparcir sus cenizas sobre los campos de cultivo mantenía alejadas a las
fieras y a las alimañas. Aunque en líneas generales fueron considerados como un
juguete caro que se ofrecía a las cortesanas, o bien un regalo exótico
proveniente del país del Nilo. Y es que los griegos nunca entendieron la
veneración egipcia hacia el gato, y la tenían como excesivamente exagerada. Una
muestra de ello es el cínico comentario que le hace el poeta griego
Anaxándrides a un egipcio:
“Vos os lamentáis por un gato enfermo, ¡yo acabaría
con él para tener su piel!”.
O el
comentario de un tal Timocles (personaje no bien identificado) sobre la
deificación del gato:
“¿Qué ayuda se puede esperar de un pájaro o de un
perro? Ninguna, ¿no es verdad? ¡Entonces que nadie espere que dirija mis
plegarias hacia el altar de un gato!”
Pero
aunque en un principio no sentían ningún aprecio por los gatos, poco a poco
empezaron a reconocer sus cualidades, y fueron adoptándolo como animales de
compañía.
En
Roma, la comadreja, que había sido durante siglos el raticida de elección, fue
sustituida por el gato, quien demostró ser un excelente cazador, extremadamente
habilidoso y eficiente. Los romanos también asociaron al gato con Diana, la
Artemisa romana y diosa de la caza y de la luna, dotada de la agilidad, la
ligereza y la habilidad para la caza al igual que el protagonista de esta nota.
Aquel siguió siendo un tiempo ventajoso para el gato, pues su utilidad fue
tanta que alcanzó el reconocimiento de todos y mereció el nombre de “Genius
Loci”, asumiendo un papel tutelar en la casa. Los romanos, apreciaban también a
los gatos, por la fuerte impresión que les causó la veneración de que eran
objeto en Egipto. Al principio, era un capricho que sólo se podían permitir las
familias ricas, pero pronto los gatos se fueron multiplicando hasta el punto de
que incluso las familias pobres podían poseerlos. Y tan de moda se pusieron en
el mundo romano, que muchos de los lugares que fueron conquistando llevan en su
nombre la palabra gato. Por ejemplo, el condado del gato (Caithness) en
Escocia, la ciudad del gato (Katwijk) en Holanda... Los soldados solían llevar
gatos consigo en sus campañas militares, y para reponer las pérdidas que
sufrían de estos animales se hacían con gatos salvajes de la zona, a los que
domesticaban y cruzaban con los suyos.
Según
cuenta Plinio el Viejo en su Historia natural, en el siglo I d.C., los gatos
romanos eran apreciados tanto por su trabajo protegiendo los graneros, como por
su belleza y por su carácter independiente. Durante la época imperial, y
gracias al carácter sincrético de la religión romana, el culto de Diana
cazadora fue asociado al de Bastet. Esta es la razón de que el culto a Bastet
sobreviviera hasta el 392 de nuestra era, año en que el emperador romano
Teodosio se decantó por el cristianismo como única religión del imperio, y
prohibió todos los cultos paganos. Pero para esta época, el gato ya estaba
fuertemente asentado en toda Europa como animal de compañía.
En otras culturas…
Una
leyenda hebrea atribuye el origen del gato al agudo problema, que se suscitó en
el Arca de Noé, cuando empezaron a procrear y reproducirse como locos los
pequeños y astutos roedores. Dado que la mayoría de los felinos que habitaban
el arca era de un tamaño considerable, y no representaban una amenaza para los
ratones que se movían a sus anchas sin un predador que los pusiera en apuros,
fue que Noé decidió pedirle ayuda a una leona. Ésta estornudó varias veces y en
cada estornudo brotó de su nariz un gato. Así fue como se resolvió finalmente
el problema.
Los
árabes también tuvieron a los gatos en altísima estima. El mismo Mahoma se dice
que tenía varios gatos a los que cuidaba con mucho cariño. Cuentan que en
cierta ocasión, su gata Muezza se había quedado dormida sobre la túnica del
Profeta; alguien requirió su presencia y él prefirió sacrificar la prenda
cortando un trozo de la tela sobre el que la gata dormía, para no despertarla e
interrumpir su sueño.
La
mitología escandinava, así mismo, cuenta cómo el carro de Freya, diosa del amor
y la belleza recorre el cielo conducido por gatos.
Venerado
por los chinos, dicen que Confucio tenía un gato como animal de compañía
predilecto. También los japoneses los utilizaban colocándolos en las pagodas
para proteger los manuscritos sagrados.
En las culturas Precolombinas…
El
animal totémico, el animal que realmente causaba impacto entre todos estos
pueblos de Mesoamérica fue sin dudas el jaguar. El gran gato manchado
representaba para ellos la idea de poder y de fuerza que ellos querían
conseguir para su persona, para su familia o para su pueblo. La imagen del
jaguar aparece ligada a un contexto eminentemente belicista. El guerrero
necesitaba sentirse un jaguar para poder derribar a sus enemigos. Para
determinadas culturas como la olmeca, los grandes sacerdotes eran capaces de
transformarse en jaguar por las noches y destruir a sus enemigos. En Teotihuacán, y también después entre los aztecas,
los miembros de la nobleza militar más importante eran llamados "guerreros
jaguar" y se vestían con las pieles del felino, y se dice que imitaban sus
rugidos en la batalla para impresionar a sus enemigos. Aunque no fue solo la
imagen de ferocidad y fuerza lo único que transcendió del felino para los
antiguos mesoamericanos, su imagen de animal sigiloso y nocturno también caló
hondo en su subconsciente místico y fue trasladado a sus leyendas y divinidades.
Tezcatlipoca
era una divinidad azteca cuya imagen en ocasiones estaba representada por la
del jaguar. Su nombre significa "espejo que humea" y su explicación
reside en que este dios portaba un espejo en el cual podía ver el interior de
los seres humanos y su naturaleza benigna o maligna. Tezcatlipoca era el
reverso oscuro de Quetzalcóatl, su dualidad y su más temible adversario. Era el
señor de la oscuridad, el conocedor de los secretos de la tierra y al que había
que ofrendar sacrificios humanos para que su ira no anegara la tierra en sangre
y destrucción (en su forma de Tezcatlipoca azul, más conocido como
Huitzilipochtli). Por lo tanto el jaguar también encarnaba un sentido de
oscuridad, de conocimiento secreto, de esoterismo, que otros pueblos como los
olmecas interpretaban de un modo menos negativo que los aztecas. En conclusión
todos estos pueblos sabían que debían honrar al jaguar, no solo por la
posibilidad de adquirir su potencia o su fuerza, sino por el afán de control de
las fuerzas secretas de la naturaleza y por la fúnebre comprensión de que la
muerte, o la posibilidad de la muerte, solo es entrar en otro universo que los
aztecas llamaban Mictlán donde el bien y el mal son parte de un todo
indivisible y dual, como Tezcatlipoca y Quetzalcoátl.
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