20/2/12

Informe y texto: Karina Donangelo

La locura en la antigua Grecia

Desde el principio de los tiempos, la presencia del loco ha causado estupor en los seres humanos.
Sin embargo, para los griegos de la antigüedad (siglo V a.C) la locura es concebida como un “don divino”. En el famoso diálogo platónico “Fedro” se muestra que para los hombres de aquella época era preferible la locura (manía) a la cordura (sophrosýne), ya que mientras que ésta última cuenta con un orígen meramente humano, fruto de las opiniones (doxaí), producidas por el ejercicio dialéctico; la locura representa una forma de conocimiento superior. El diálogo de Platón distingue cuatro tipos básicos de locura: la profética, -propia de la adivinación oracular (don apolíneo)-, la poética, que corresponde a la inspiración artística (don de las musas)-, la erótica – ilustrada por el arrebato amoroso y considerada la más excelsa-, y mistérica –ligada a los ritos de Eleusis (don del dios Dionisos). Por eso, para los griegos, el “delirio divino”, el “frenesí” y los raptos de éxtasis constituyen elementos indispensables para que, mediante una revelación, el hombre acceda a una comprensión del mundo que va más allá de los limitados alcances de la conciencia y que culmina con una visión auténtica de la Verdad. Es que para los griegos de la antigüedad, sin el favor de la locura, el hombre no sería más que un ser insulso, destinado a extraviarse en la inanimidad de su estrecha conciencia y en su propia ignorancia.
Según relata un documento apócrifo algo más tardío que el Fedro de Platón (siglo II o I a.C), el pueblo de Abdera se dirigió al más célebre de los médicos, Hipócrates, rogándole que les asista en la curación del más sabio de sus ciudadanos, el filósofo Demócrito. Los abderitas comentaban que Demócrito “se ríe de todo (…) y dice que la vida no vale nada”. Hipócrates supuso que se trataba de un severo caso de melancolía, debido a un calentamiento o exceso de bilis negra. La risa desquiciada del filósofo produce un efecto particular en la gente del pueblo: “nos trastorna (…) nos atemoriza, relatan a Hipócrates.
No obstante esto, la figura del loco vuelve aquí a presentarse como portador de la verdad, aunque para el común de los hombres resulte insoportable. Hipócrates concluye que Demócrito es el más cuerdo de todos los hombres y que la verdadera enfermedad humana radica en la manera estúpida y absurda en que se vive la vida. Se revela así, que el supuesto loco, resulta ser un gran sabio, el médico un ignorante y la normalidad de la gente una demencia…
Para los modernos que vivimos en un mundo sin dioses y asistimos a la muerte de las utopías, es difícil comprender las creencias que tenían los antiguos griegos acerca de la locura. Pues en la mayoría de los casos, nuestra mirada del loco, se centra sólo en la dimensión patológica. Hoy, la figura del loco representa una de las imágenes más inquietantes y extremas de la alteridad, pues ¿quién puede asegurar que se reconoce en el espejo de la locura, de los maniacos, o de los esquizofrénicos? El loco está más allá; está en el más allá del nosotros, en el “Afuera”, porque el loco es precisamente aquel que vive fuera de sí, alienado del mundo y de la verdad.
Sin embargo, la manera de concebir la locura en la Grecia Antigua es completamente distinta de la que tenemos hoy día en la cultura occidental. Pues, los griegos consideraban que las emociones no pertenecían a los individuos, sino que eran fuerzas exteriores, que provenían de los dioses. Para ellos, ver dioses no era una prueba de locura, sin embargo para nosotros hoy, sería un claro síntoma de demencia y alucinación.

La locura en la Tragedia griega

Donde mejor se puede apreciar la concepción que tenían los griegos de la locura es en las tragedias griegas. Haciendo un repaso de ellas se puede observar que el enloquecimiento allí tiene causas y efectos no humanos. Cuando los personajes se vuelven locos, se animalizan. Se destruye el aspecto de los seres humanos, la cara, el cuerpo y la mente. En las representaciones griegas sobre la demencia, se perciben claros límites entre los cuerdos y los locos, entre lo humano y lo no humano.
La locura trágica tienen dos fuentes, por un lado, la de los hombres, y por otro, y fundamentalmente, la de los dioses.
En la tragedia griega se refleja la idea de un mundo gobernado por dioses que están en conflicto entre sí, y este conflicto afecta a las vidas humanas. Podemos ver en diferentes obras divinidades enfrentadas: en Las Euménides, Apolo intenta expulsar a las Erinias del templo. En Hipólito, Afrodita castigará al protagonista por su devoción a Artemisa. Como se ve, los dioses actúan a veces como ayudantes y, otras, como oponentes. Nunca se enfrentan directamente entre sí, sino que siempre lo hacen a través de algún ser humano. Orestes es amenazado por Apolo, a través del oráculo con terribles castigos si no venga la muerte de su padre. Pero este hecho desencadenará la furia de las Erinias, que castigan los crímenes de las personas unidas por lazos consanguíneos.
Mientras que nosotros buscamos explicaciones científicas, psiquiátricas, genéticas, neurológicas o hasta sociológicas para la locura; para los atenienses del siglo V, lo importante era descubrir el dios que la causaba.

Lo telúrico de la locura

Dionisos es el dios que influye fundamentalmente en el nacimiento del teatro griego. Un dios “loco”, que conectaba la “violencia interior, la violencia de la mente y la percepción distorsionada, con la violencia exterior: la violencia de la acción, la música, las danzas desenfrenadas y los crímenes”.
Por eso, la tragedia griega refleja tres de los rasgos fundamentales de esta divinidad: la violencia; la demencia dionisíaca y el uso del disfráz, y la ilusión. Por eso, los atenienses asistían al teatro; para vivir, durante un rato la ilusión como algo real. Y la condición de “extraño” que tenía Dionisos. Porque la tragedia es oscura e inhumana.
Los héroes trágicos, de hecho tienen muchos puntos en común con los locos: son destructivos, se matan a sí mismos y matan a otros. Se enceguecen y dejan ciegos a los demás. Viven inmersos en una relación de demencia que constituye para ellos una amenaza permanente.
Los agentes de la demencia en la tragedia griega serán los Oístros y las Erinias.
Pero la máxima personificación de la demencia es Lisa, la hija de la noche. En Herácles de Eurípides hace su aparición la diosa Hera quien encomienda a Lisa para que cometa su acto de destrucción contra Heracles. El coro suplica a Apolo que la aleje; sin embargo Hera le ordena a Lisa que le inspire a Heracles “locuras, que trastorne su juicio hasta que extermine a sus hijos y a su mujer y que sus pies se muevan en danzas insensatas”.
Otro de los conceptos básicos de la tragedia es áte. Áte es daño en la obra de Homero, perjuicio. El daño será interior; hecho en primer lugar a la mente, lo que dará por resultado un aterrador acto exterior. Así, el daño interior provocará el daño exterior, la violencia del mundo. Y dado que el mundo está gobernado por los dioses; los mismos dioses que nos han amado podrán destruirnos.
En Esquilo, áte es castigo divino. En Sófocles, esta noción es miseria, calamidad, desastres, pero no tiene sentido de castigo. En Eurípides, áte es también calamidad, muerte, fatalidad y agente de destrucción.
Lo que queda claro es que una de las peores cosas que el hombre griego podía hacer era ignorar a los dioses, pues esto implicaba cometer un terrible error con consecuencias desastrosas, las que por supuesto incluían alcanzar la locura más extrema e irremediable.
En la antigüedad griega, la locura era vista como una amenaza para los cuerdos. En tanto, que quienes la padecían se sentían profundamente solos. Sin embargo, para los cuerdos, los locos y dementes eran los que se aislaban del mundo. Por eso se concebía como rasgo característico de la locura, el hecho de tener una visión distorsionada de la realidad. Por manifestar contradicciones tales como sentir alegría en situaciones angustiosas, o que lo malo les pareciera bueno. “Loca” era la conducta que violaba las reglas divinas. Y locura era para el hombre griego también transgredir las reglas sociales.
Sin embargo hay también en la tragedia griega personajes que en su locura ven la verdad. Tal es el caso de Orestes, Ío y Cassandra, quienes podían ver la realidad de un mundo en el que el resto de los mortales no veía nada. Esta era la condena de Casandra por desairar el amor de una divinidad, ya que poseía el don de la clarividencia, pero no obstante esto, nadie creía en sus vaticinios, que sin embargo se cumplían inexorablemente.
Lo cierto es que desde la tragedia griega hasta hoy, este género aparece en distintos momentos: según muchos autores, “en Atenas en el siglo V a.C; en la Inglaterra de Isabel y de Jacobo; en el siglo XVII en Francia y España. Pero lo que se puede apreciar es que surge fundamentalmente en sociedades que se encontraban en tensión entre las explicaciones teológicas y científicas del dolor humano. Hasta en el Renacimiento, la locura en la vida real era percibida como peligrosa, demoníaca, pero paradójicamente contaba con un alto y apreciado valor literario.
La locura en la tragedia griega propiamente dicha emparenta la negrura del sujeto y la razón, con la pérdida, la caída, el dolor, la angustia y la oscuridad no ya de la mente o, al menos no únicamente si no del alma toda.
Por tal razón, no sólo la tragedia griega, sino también la literatura de todos los tiempos, representa en la mayoría de los casos la locura en relación con la cordura, es decir, cómo conciben los cuerdos la enajenación por dentro, cómo la imaginan, cómo la observan, cómo la perciben desde afuera. Y así nos muestran, de alguna manera a los cuerdos cómo sería estar locos. Y la profunda confusión que provocan los cambios bruscos en la fortuna de los seres humanos; algo de lo que ninguno de nosotros está ni tan lejos ni tan ajenos en el mundo de hoy…

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