Ingmar Bergman, a dos años de su muerte
Mirar con espasmo, mientras un escalofrío corre por nuestras espaldas. Sentirnos avergonzados por nuestras miserias ocultas que en un punto comulgan con lo que nos muestra el cinematógrafo. El perfil más supremo y degradado que se funde en una sola palabra: nuestra propia Humanidad. Ese es el cine de Bergman. Un rosario de preguntas existenciales, donde no existe lo intrascendente, sino el aquí y ahora. La duda, los miedos, los fantasmas, la memoria, los espejos, el Otro y los laberintos, al mejor estilo borgeano. Así supo exponer Ingmar Bergman los grandes conflictos del Ser por momentos, con una suspicacia única de su genio. Y en otros, cargados de una impúdica escenificación en la que a veces con sombras y a veces con silencios expresó la violencia y dualidad de los sentimientos y remordimientos humanos.
El cine de Bergman es un mundo cargado de metáforas, alegorías y ambigüedades. Una búsqueda desesperada por ver qué se oculta detrás de las máscaras que usamos y los papeles que interpretamos a lo largo de nuestras vidas.
Este cineasta, guionista y escritor sueco nació en Uppsala el 14 de Julio de 1918 y creció en un ambiente profundamente religioso (su padre fue ministro luterano) en el que eran frecuentes las medidas disciplinarias, tales como los castigos en cuartos oscuros, cuestiones por las cuales, según él mismo aseguró años después lo llevaron a perder su fe en Dios a los 8 años.
A partir de los trece años estudió bachillerato en una escuela privada de Estocolmo, para luego licenciarse en Letras e Historia del Arte en la Universidad. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, ya distanciado de su familia, inició su carrera como ayudante de dirección en el Teatro de la Ópera Real de Estocolmo. Afortunadamente encontró en el teatro, y luego en el cine, los dos medios más apropiados para expresar su complejo mundo interior y su potencial creativo. No obstante, las imágenes y valores de su niñez que lo seguirían por el resto de su vida y la proximidad con el quehacer de su padre, lo habían sumergido en las cuestiones metafísicas: Dios, el Demonio, la muerte, la vida, el dolor y el amor. Bergman falleció el 30de julio de 2007 a los 89 años en la isla de Fårö, a la que se había retirado y en la que filmó gran parte de sus obras; el mismo día que falleció el director italiano Michelangelo Antonioni.
A lo largo de su vida, Bergman realizó 40 películas, algunas de ellas para televisión, pero además puso en escena innumerables obras suyas y ajenas, y trabajó también en producciones radiofónicas. Tuvo la generosidad de otorgar plena libertad creativa a los actores con quienes entabló relaciones profundas y duraderas. El mundo recuerda sus trabajos con Max von Sydow, Bibi Andersson, Gunnar Bjornstrand, Victor Sjostrom y Harriet Andersson en su primera época, y con Liv Ullmann desde mediados de la década de los 60’. Otra persona importante en el trabajo de Bergman fue Sven Nykvist, su camarógrafo desde 1953.
Romántico empedernido, Bergman amó a las mujeres y estudio su psicología puntillosamente.
Como muchos clásicos, Bergman fue alguien a quien todos citan pero cuya obra muchos desconocen.
Dos grandes dramaturgos influyeron decisivamente en sus obras: uno fue Henrik Ibsen y el otro August Strindberg, quienes lo introdujeron en un mundo donde se manifestaban los grandes temas que tanto lo atraían, cargados de una atmósfera dramática, agobiante y aun desesperanzada. Su narrativa visual suele ser deliberadamente lenta en las que no faltaran planos y contraplanos, ambientes oníricos y fantásticos, encuadres barrocos y una fotografía opresiva, llena de connotaciones expresionistas, con espacios vacíos, utilización de claroscuros y escenas de árboles que se mecen por el viento, recreando un ambiente siniestro, como preludio de una calamidad.
Sus personajes son atravesados por diversas trayectorias que los reconducen hacia sí mismos, hacia su propia alma, hacia su propia conciencia. Son recorridos íntimos, enigmáticos, que muchas veces se apoderan del espectador transportándolo a una experiencia estrictamente personal e inquietante, en la medida en que sus personajes realizan aquella trayectoria sobrecargada por un denso dramatismo, aquél que implica desnudar el alma humana en forma genérica. Aquella trayectoria termina en algunos casos en la locura o en la muerte, en otros en un estado de gracia, un momento metafísico que permite a sus personajes comprender más de su realidad, una revelación que los iluminará y modificará el curso de sus vidas. En algunos casos les servirá para exorcizar, conjurar y dominar los fantasmas que perturban el alma del personaje. Los personajes de Bergman arrastran un pesado lastre en sus mentes, en sus corazones. La inquietud que sienten los personajes es más o menos latente, pero progresivamente irá revelándose ante el espectador produciendo un efecto devastador. La transmisión de esos estados de conflicto interno de sus personajes, originan historias angustiosas y lacerantes, como pocos directores de cine han podido comunicar a su público, y éste es el mayor logro del director sueco.
Entre muchos otros temas, Bergman plantea en sus obras la búsqueda y necesidad de Dios. De un Ser Supremo, capáz de aliviar la existencia, para apaciguar la angustia que impera en un mundo violento, difícil, injusto y despiadado. Aborda además la futilidad de la vida, en muchos casos valiéndose de extensos y profundos monólogos interiores propios de la técnica del Fluir de la conciencia. Los balances existenciales frente al umbral de la muerte. El psicologismo de Bergman es único, pues logra exponer en un primer plano el análisis de los sueños para buscar las angustias primigenias de los seres humanos. No se trata de un juego, es la propia vida y su proyección hacia la muerte aniquiladora, sin nada más allá, o al menos con unas profundas dudas sobre ello.
Algunos de los films de su primera etapa, Son: “Crisis” (1946), “Llueve sobre nuestro amor” (1946), “Prisión” (1949), “La Sed” (1949), “La espera de las mujeres” (1952), “Un verano con Mónica” (1953), “Una lección de amor” (1954), “Sueños” (1955), “El Séptimo sello” (1957), “Fresas Salvajes” (1957), “En el umbral de la Vida” (1958), y “El manantial de la doncella” (1959).
De los años sesenta, recordamos: “El ojo del diablo” (1960), “Como en un espejo” (1961), “Los Comulgantes” (1963), “El Silencio” (1963), “Persona” (1966), “La vergüenza” (1968), “La hora del Lobo” (1968).
De la década del setenta se destacan: “La carcoma” (1971), “Gritos y susurros” (1972), “Escenas de un matrimonio” (1973), “La flauta mágica” (1975), “Cara a cara” (1976), “El huevo de la serpiente” (1977), y “Sonata de otoño” (1978).
Hacia los años 80 filmó: “La vida de las marionetas” (1980), “Fanny y Alexander” (1982), “Después del ensayo”, realizada como muchas otras obras de este último período para TV (1984), “En presencia de un payaso”, también realizada para TV y estrenada además de en su país natal exclusivamente en Buenos Aires, en la sala del cine Lorca de la Avenida Corrientes (1997) y su última producción, “Saraband” (2003).
Mirar con espasmo, mientras un escalofrío corre por nuestras espaldas. Sentirnos avergonzados por nuestras miserias ocultas que en un punto comulgan con lo que nos muestra el cinematógrafo. El perfil más supremo y degradado que se funde en una sola palabra: nuestra propia Humanidad. Ese es el cine de Bergman. Un rosario de preguntas existenciales, donde no existe lo intrascendente, sino el aquí y ahora. La duda, los miedos, los fantasmas, la memoria, los espejos, el Otro y los laberintos, al mejor estilo borgeano. Así supo exponer Ingmar Bergman los grandes conflictos del Ser por momentos, con una suspicacia única de su genio. Y en otros, cargados de una impúdica escenificación en la que a veces con sombras y a veces con silencios expresó la violencia y dualidad de los sentimientos y remordimientos humanos.
El cine de Bergman es un mundo cargado de metáforas, alegorías y ambigüedades. Una búsqueda desesperada por ver qué se oculta detrás de las máscaras que usamos y los papeles que interpretamos a lo largo de nuestras vidas.
Este cineasta, guionista y escritor sueco nació en Uppsala el 14 de Julio de 1918 y creció en un ambiente profundamente religioso (su padre fue ministro luterano) en el que eran frecuentes las medidas disciplinarias, tales como los castigos en cuartos oscuros, cuestiones por las cuales, según él mismo aseguró años después lo llevaron a perder su fe en Dios a los 8 años.
A partir de los trece años estudió bachillerato en una escuela privada de Estocolmo, para luego licenciarse en Letras e Historia del Arte en la Universidad. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, ya distanciado de su familia, inició su carrera como ayudante de dirección en el Teatro de la Ópera Real de Estocolmo. Afortunadamente encontró en el teatro, y luego en el cine, los dos medios más apropiados para expresar su complejo mundo interior y su potencial creativo. No obstante, las imágenes y valores de su niñez que lo seguirían por el resto de su vida y la proximidad con el quehacer de su padre, lo habían sumergido en las cuestiones metafísicas: Dios, el Demonio, la muerte, la vida, el dolor y el amor. Bergman falleció el 30de julio de 2007 a los 89 años en la isla de Fårö, a la que se había retirado y en la que filmó gran parte de sus obras; el mismo día que falleció el director italiano Michelangelo Antonioni.
A lo largo de su vida, Bergman realizó 40 películas, algunas de ellas para televisión, pero además puso en escena innumerables obras suyas y ajenas, y trabajó también en producciones radiofónicas. Tuvo la generosidad de otorgar plena libertad creativa a los actores con quienes entabló relaciones profundas y duraderas. El mundo recuerda sus trabajos con Max von Sydow, Bibi Andersson, Gunnar Bjornstrand, Victor Sjostrom y Harriet Andersson en su primera época, y con Liv Ullmann desde mediados de la década de los 60’. Otra persona importante en el trabajo de Bergman fue Sven Nykvist, su camarógrafo desde 1953.
Romántico empedernido, Bergman amó a las mujeres y estudio su psicología puntillosamente.
Como muchos clásicos, Bergman fue alguien a quien todos citan pero cuya obra muchos desconocen.
Dos grandes dramaturgos influyeron decisivamente en sus obras: uno fue Henrik Ibsen y el otro August Strindberg, quienes lo introdujeron en un mundo donde se manifestaban los grandes temas que tanto lo atraían, cargados de una atmósfera dramática, agobiante y aun desesperanzada. Su narrativa visual suele ser deliberadamente lenta en las que no faltaran planos y contraplanos, ambientes oníricos y fantásticos, encuadres barrocos y una fotografía opresiva, llena de connotaciones expresionistas, con espacios vacíos, utilización de claroscuros y escenas de árboles que se mecen por el viento, recreando un ambiente siniestro, como preludio de una calamidad.
Sus personajes son atravesados por diversas trayectorias que los reconducen hacia sí mismos, hacia su propia alma, hacia su propia conciencia. Son recorridos íntimos, enigmáticos, que muchas veces se apoderan del espectador transportándolo a una experiencia estrictamente personal e inquietante, en la medida en que sus personajes realizan aquella trayectoria sobrecargada por un denso dramatismo, aquél que implica desnudar el alma humana en forma genérica. Aquella trayectoria termina en algunos casos en la locura o en la muerte, en otros en un estado de gracia, un momento metafísico que permite a sus personajes comprender más de su realidad, una revelación que los iluminará y modificará el curso de sus vidas. En algunos casos les servirá para exorcizar, conjurar y dominar los fantasmas que perturban el alma del personaje. Los personajes de Bergman arrastran un pesado lastre en sus mentes, en sus corazones. La inquietud que sienten los personajes es más o menos latente, pero progresivamente irá revelándose ante el espectador produciendo un efecto devastador. La transmisión de esos estados de conflicto interno de sus personajes, originan historias angustiosas y lacerantes, como pocos directores de cine han podido comunicar a su público, y éste es el mayor logro del director sueco.
Entre muchos otros temas, Bergman plantea en sus obras la búsqueda y necesidad de Dios. De un Ser Supremo, capáz de aliviar la existencia, para apaciguar la angustia que impera en un mundo violento, difícil, injusto y despiadado. Aborda además la futilidad de la vida, en muchos casos valiéndose de extensos y profundos monólogos interiores propios de la técnica del Fluir de la conciencia. Los balances existenciales frente al umbral de la muerte. El psicologismo de Bergman es único, pues logra exponer en un primer plano el análisis de los sueños para buscar las angustias primigenias de los seres humanos. No se trata de un juego, es la propia vida y su proyección hacia la muerte aniquiladora, sin nada más allá, o al menos con unas profundas dudas sobre ello.
Algunos de los films de su primera etapa, Son: “Crisis” (1946), “Llueve sobre nuestro amor” (1946), “Prisión” (1949), “La Sed” (1949), “La espera de las mujeres” (1952), “Un verano con Mónica” (1953), “Una lección de amor” (1954), “Sueños” (1955), “El Séptimo sello” (1957), “Fresas Salvajes” (1957), “En el umbral de la Vida” (1958), y “El manantial de la doncella” (1959).
De los años sesenta, recordamos: “El ojo del diablo” (1960), “Como en un espejo” (1961), “Los Comulgantes” (1963), “El Silencio” (1963), “Persona” (1966), “La vergüenza” (1968), “La hora del Lobo” (1968).
De la década del setenta se destacan: “La carcoma” (1971), “Gritos y susurros” (1972), “Escenas de un matrimonio” (1973), “La flauta mágica” (1975), “Cara a cara” (1976), “El huevo de la serpiente” (1977), y “Sonata de otoño” (1978).
Hacia los años 80 filmó: “La vida de las marionetas” (1980), “Fanny y Alexander” (1982), “Después del ensayo”, realizada como muchas otras obras de este último período para TV (1984), “En presencia de un payaso”, también realizada para TV y estrenada además de en su país natal exclusivamente en Buenos Aires, en la sala del cine Lorca de la Avenida Corrientes (1997) y su última producción, “Saraband” (2003).
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