10/11/08

Informe y texto: Karina Donangelo
Tratantes, Prostitutas y Rufianes de Buenos Aires

Allá lejos y hace tiempo comenzaba a imponerse en la vieja Buenos Aires el oficio más viejo del mundo. No porque no existiera desde antes, sino por el auge que comenzaba a tener Buenos Aires, considerada por muchos en aquel entonces como una de las ciudades más prósperas de aquellos días, en los prolegómenos del siglo XX.
Así fue como hacia 1870 la importación de mujeres europeas con destino a los burdeles de Buenos Aires se intensificó. Se trataba en su mayoría de un tráfico clandestino y la llegada de estas jóvenes, concientes o no de su futuro, se encuadraba en la seducción que desplegaba una ciudad cosmopolita que se mostraba al mundo como una supuesta e inagotable fuente de ingresos económicos.
Hacia 1870, Buenos Aires era una bulliciosa ciudad con unos 200.000 habitantes. Hasta ese entonces, la prostitución había sido considerada como un problema menor. La autoridad ejercía su poder en forma discrecional, y cualquier mujer sospechada de vida licenciosa podía ser encarcelada o enviada a la frontera para servir a las necesidades de la tropa..
Pero gracias a la Ley Avellaneda y la cada vez mayor inmigración, junto con la gran cantidad de extranjeros solteros que llegaban a la ciudad hizo imprescindible la búsqueda de un medio de control social, que a la vez contuviera el desarrollo de las enfermedades venéreas. Por tal razón, el 5 de enero de 1875 se dictó la ordenanza reglamentaria sobre la prostitución. Los casinos y confiterías donde se ejercía la prostitución, que hasta ese momento habían funcionado por la autorización del presidente municipal, debían registrase o serían clausurados. Por este motivo, y debido a lo engorroso y costoso del trámite, muchos optaron por la clandestinidad.
Las nuevas casas de tolerancia (como se denominaba a los prostíbulos) debían estar a no menos de dos cuadras de templos, teatros o escuelas y ser regenteadas exclusivamente por mujeres.. Estas regentas debían llevar un Libro en el cual se anotaban los datos personales de las mujeres que trabajaban en la casa. Los miércoles y los sábados un médico examinaría a todas las prostitutas, anotando los resultados en el libro y elevando un parte de éstos a la Municipalidad. Si la prostituta enfermaba de sífilis debía ser atendida en la casa por cuenta de la regenta, y sólo en casos avanzados eran derivadas al hospital.
La reglamentación, que adolecía de muchos defectos y en la mayoría de los casos no era respetada seguía ordenando no obstante que las prostitutas debían ser mayores de 18 años, -tal como lo indica el artículo 9- a nos ser que probaran que antes de esa edad se habían entregado a la prostitución. Este artículo se contraponía con el Código Civil, el cual daba la mayoría de edad a los 22 años. La incongruencia llegaba al grado de permitirles el comercio sexual, pero les negaba la posibilidad de casarse sin el consentimiento de los padres...
Las pupilas que ingresaban a las casas autorizadas eran en su mayoría menores de edad. No podían mostrarse en la puerta de calle, ni en ventanas, ni en balcones. Debían encontrarse en la casa dos horas después de la puesta del sol, y llevar una fotografía con sus datos y los de la casa de tolerancia donde trabajaban. El reglamento, que facilitaba y proponía su inscripción en los registros de la prostitución, les impedía abandonar el prostíbulo y el oficio con la misma facilidad. Según el artículo 12: “Las prostitutas que dejen de pertenecer a una casa de prostitución quedarán bajo la vigilancia de la policía mientras no cambien de género de vida...”
Para 1876 había aproximadamente 35 prostíbulos autorizados, en los que trabajaban 200 mujeres. La mayoría se ubicaba en el barrio de San Nicolás. Muchos de ellos se caracterizaron por el lujo y la pomposidad de sus instalaciones, las cuales incluían un amplio bar, salones de reunión, salas de juego y espacio para que distintos músicos ejecutaran variados números junto a una orquesta en vivo, la cual animaba los bailes.
Uno de los prostíbulos más famosos fue una casa que estaba ubicada sobre la Avenida Corrientes 509 (actual 1283).Desgraciadamente, como lo indicó el escritor e investigador argentino, Andrés Carretero, en su libro Prostitución en Buenos Aires, Ed. Corregidor, p.69 “este prostíbulo fue famoso no sólo por el lujo y la calidad de sus mujeres, sino también por el trato brutal que recibían”. Otros locales se ubicaban en Suipacha 179, Temple 368, Cerrito 123, Temple 354/356 y Corrientes 506. Estos locales eran los de mayor categoría de la ciudad y estaban frecuentados por la clase adinerada. Al cliente lo recibía un portero que le franqueaba el paso, y una vez dentro, la regenta se encargaba de presentarle a las pupilas. Por término medio trabajaban unas 8 mujeres en cada establecimiento y su tarifa era de 100 pesos
En 1878 hace su aparición El Puente de los Suspiros, un periódico que decía combatir la trata de blancas. En un principio, el periódico aparecía los días jueves, y su redacción y administración estaban en Suipacha 604. El nombre le estaba dado por el puente que cruzaba Temple (hoy Viamonte) a la altura de Suipacha; en la zona abundaban los prostíbulos. Con el primer número, editado el 28 de marzo de 1878 comienzan las críticas a la corrupción reinante en la Municipalidad y la forma en que tanto ésta como la Policía eran burladas por los rufianes. Sus cuatro únicas páginas fueron siempre de denuncias por las acciones pasadas y presentes de los tratantes. Los locales donde se practicaba la prostitución clandestina eran perfectamente conocidos por la Policía y permitidos por la indulgencia de los inspectores municipales. Sólo en el área de la calle Talcahuano, Libertad y Uruguay, a la altura de Corrientes funcionaban más de cincuenta de estos piringundines. Quienes los visitaban eran soldados, marineros, pequeños comerciantes, trabajadores asalariados, algunos de ellos oficinistas y todo el segmento marginal que vivía del delito Fue precisamente este periódico el cual se ocupaba de publicar continuas solicitadas tratando de despertar vanamente el reproche de la sociedad. Algunas de estas solicitadas pedían el cierre de cafés, casinos y demás lugares donde se practicaba la prostitución clandestina. En poco tiempo se generó una guerra de denuncias que dejaba en claro que se trataba de un duelo de intereses entre grupos encontrados. Pues, con el tiempo se hizo cada vez más evidente que muchas de las acusaciones siempre iban dirigidas, tan sólo a cinco o seis personas y las casas que éstas manejaban. Se denunciaban por ejemplo instalaciones en Libertad 309, Corrientes 509 y Temple 368, propiedades de Ana Goldemberg, Carlos Rock y Herman Gerber, respectivamente. Por otra solicitada sabemos que “en junio de 1875 Adolph Honing, domiciliado en Corrientes 506, trajo de Europa a 18 jóvenes engañadas a quienes explotó a su labor, que luego de seis meses vendió a una de éstas, llamada J.B., a un tal Isidoro Wolf, residente en Montevideo, en la suma de $17.000. En diciembre del mismo año, Adolph Weismann engañó a siete mujeres, cuatro húngaras y tres alemanas, diciéndoles que iban a Milán, pero las trasladó a Marsella y de allí a Montevideo. En la ciudad oriental las esperaba Adolph Honing, quien compró a las cuatro más bellas. Y las restantes fueron compradas en Buenos Aires por Herman Gerber”.
Algunas de las mujeres que lograban escapar de su encierro, muchas veces saltando incluso por las azoteas, acudían al consulado de sus países de origen. En la mayoría de los casos se trataba de jóvenes judías de Europa central y Rusia que, debido a la pobreza en que se encontraban y la persecución religiosa que sufrían sus familias, eran literalmente vendidas a rufianes a cambio de la dote que éstas recibían. Dado que el matrimonio civil todavía no existía, en muchos casos se fraguaba un matrimonio religioso (con la complicidad de los líderes religiosos) entre la explotada y su explotador, quien la ponía a trabajar para sí o la vendía a otro rufián. De esta forma se impedía que la mujer pudiera reclamar ante las autoridades consulares de su país, dado que al casarse con un extranjero perdía sus derechos de nacionalidad.
Una vez vendidas, al llegar al país de destino se les hacía firmar un contrato por el cual se comprometían a pagar el viaje, la ropa, la comida, la pieza y todo aquello que recibían. Los precios que debían pagar eran cinco o diez veces superiores al valor real, y las deudas que mantenían con la casa servían como un elemento más de retención forzada. Permanecían encerradas todo el día, y si salían de paseo una tarde al mes, era bajo vigilancia de la regenta o un supervisor. Si alguna se negaba a aceptar estas condiciones, era castigada o vendida a otro prostíbulo de menor calidad en el interior del país.
Al revisar los archivos históricos de la Municipalidad o ahora llamado Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, poco y nada nos queda de aquella imagen que nos pintaba Roberto Arlt, en su obra Los siete Locos, sobre el Rufián melancólico. Según los registros históricos se podían identificar dos clases de rufianes. Por un lado estaban aquellos que regenteaban a las prostitutas clandestinas, quienes si bien sufrían una explotación similar a las pupilas de las casas de tolerancia, corrían con el agravante de que las condiciones sanitarias eran más deplorables y la clientela, menos selecta y más entrada en años. Por otro lado vemos a los rufianes que paradójicamente tenían un lugar en la cartelera del estrellato por sus pingues negocios, fruto de la prostitución, los cuales conseguían una amplia popularidad entre otras cosas por aparecer reiteradas veces en los titulares de los diarios y en solicitadas, las cuales les proporcionaban una gran publicidad. Como vimos el periódico El Puente de los Suspiros no cesaba de acusar a personajes como Rock, Gerber, Honing y Weismann, entre otros. Por lo que éstos optaron por elegir el ataque como mejor defensa, y sin desmentir ninguna de las acusaciones arremetieron contra quienes las producían: Enrique o Salomón Salem, Juan Fund, Gerschem Baum, Abram Grimberg y Enrique El Austríaco, todos implicados en la prostitución clandestina. La mayoría de estos eran extranjeros y llegaban a Buenos Aires escapando de las autoridades europeas. En líneas generales se trataba de dueños de una regular fortuna, únicos capaces de afrontar el alto costo de las patentes y la instalación de una casa de tolerancia, que reuniera las condiciones necesarias para su habilitación. Por otra parte, su vasta red de contactos en Europa les permitía presentarse como exitosos hombres de negocios dentro de su comunidad extranjera, pero colocándose además a la cabeza del mundo criminal. Los rufianes nativos, en cambio siempre estaban al margen de la Ley y de toda reglamentación municipal. Explotaban a lo sumo a una o dos mujeres, no más. Y carecían de esta cierta Visión empresarial y medios económicos como para poder llevarla a cabo. Aunque eran parte del universo delincuencial, tenían por regla general una actitud más pendenciera, una mayor predisposición a la farra, falta de organización y previsión, por lo que terminaron ocupando el sector más bajo de la pirámide criminal, dando paso a que los primeros puestos los ocuparan proxenetas judíos y franceses.
Ya pasados algunos años y con el estallido de la Primera Guerra Mundial llegaron a Buenos Aires las franchutas, muchas de ellas famosas cocottes (queridas o mantenidas, como también se las conocía) quienes habían terminado escapando de una austera vida nocturna parisina, aguada por los cañonazos de la Guerra. Hacía 1920, Buenos Aires se pobló del bullicio de los cabaret, con sus pistas de baile, con sus orquestas de jazz, pero principalmente con el tango, genero que aún no se apreciaba como canción pero sí por su danza. La vinculación entre tango y cabaret se dio desde un comienzo, así como entre este género y el auge de la prostitución menos encubierta. Evidencia de esta vinculación entre el tango, la noche y los cabaret se puso de manifiesto con la creación del legendario Pabellón de las Rosas (levantado en Av. Alvear (desde 1950, Del Libertador). Se inauguró con la orquesta de Vicente Greco, a la que siguió la de Roberto Firpo. Al lado estaba Armenonville, por el que pasaron las orquestas de Canaro, Juan Maglio, Verona y Firpo entre otros.
En el centro de la ciudad, sobre la calle Paraná al 400 brillaba el Chantecler, un lujoso cabaret con tres pistas de baile y una exótica pileta que, iluminada con numerosos reflectores pretendía imitar la ambientación característica de moda similar a la impuesta en los cabaret del Berlín de fines de la década del veinte.
El jolgorio de la noche porteña orillaba con la decadencia de una sociedad que tiraba manteca al techo y se lamentaría más tarde por aquellos años locos que iba a vivir... Eran tiempos en los que reinaban las burbujas de Champagne, y en ciertos círculos el opio y la cocaína, a la que hacía discreta referencia la letra de ciertos tangos de la época. Ya para 1936, con la Ley de Profilaxis se puso freno a la corrupción generada por décadas por la trata de blancas, todo lo cual conspiró con un evidente retroceso de la vida nocturna. Fue el adiós definitivo a las francesitas y polaquitas, verdaderas musas inspiradoras de numerosas letras de tango y quienes habían contribuido en mayor parte a engordar los bolsillos de los traficantes de la prostitución con todas sus redes de complicidades.
Lo cierto es que la trata de blancas no hubiera sido posible sin un puerto que las recibiera y una sociedad que las aceptara. Tampoco hubiese sido posible si no hubiese existido un modelo de exclusión político y social en Europa que favorecía las condiciones para este tipo de comercio. Lejos de la mediocridad habrá que reconocer que como sociedad se las repudiaba y se las requería a la vez. Y ¿qué decir hoy en día con la inmigración dominicana, paraguaya entre otros países de América e incluso del interior de nuestro propio país. ?

1 comentario:

Felix Ramallo dijo...

Muy bueno el blog, yo estoy estudiando periodismo. Muy interesantes todos tus trabajos, yo tengo mi blog de música que por ahí te interesa.
www.habladurias-del-mundo.blogspot.com
Un saludo,
Felix