3/3/08

Y seréis como dioses

Informe y texto: Karina Donangelo

Desde el principio de los tiempos, distintas civilizaciones han perseguido una quimera. Enmarcadas en sistemas de creencias, las sociedades humanas han buscado el conocimiento, muchas veces soportando luchas sangrientas.
Reunido en organizaciones secretas, logias o cofradías, el hombre ha perseguido la verdad de las cosas, el significado de la vida, la explicación de su existencia. Esta búsqueda desesperada lo llevó a contrariar las normas humanas y hasta las consideradas leyes divinas, y el límite que separa la ficción de la realidad.
Especulando con la amenaza, al filo de la navaja ha intentado, incesantemente superarse a sí mismo. Y en su inmensa cruzada, ha traspasado -según muchos- la frontera que separa lo celestial de lo meramente terrenal.
Sí, hoy el hombre se ha catapultado como el "dios de la Modernidad". Pues posee la facultad de decretar lo que es el Bien y lo que es el Mal. Es dador de vida, pero también de muerte. Así lo demuestran las distintas cosmogonías de las principales culturas de la humanidad, y así lo advierten sus profecías. No obstante, la realidad actual, no sólo se ha revelado en la mitología, sino que se manifiesta en nuestra propia cotidianeidad.
La gran quimera es ser dioses. Obtener la herramienta que permita decretar, por encima de todas las leyes del universo. Ser capaces de impartir vida y sin embargo también ser generadores de destrucción.

Una amistad irreconciliable

El hombre siempre ha sentido curiosidad; ha deseado entender el mundo animado e inanimado que lo rodea. Se ha interesado en la aplicación práctica de las cosas que aprende, con el fin de beneficiarse. Esta sed inherente de conocimiento y el deseo de aplicarlo ha sido la fuerza motriz, en su incesante búsqueda de la verdad científica.
La religión fue una parte inseparable en esta búsqueda, desde tiempos antiguos, por lo que se comprende que el conocimiento científico, en sus postrimerías fuese paralelo a las ideas y creencias religiosas.
Por otra parte, la filosofía también ha sido un componente importante en la historia de la ciencia. Para los antiguos filósofos griegos, por ejemplo, la Ciencia era el modo común de filosofar. Pues, filosofar implicaba "descubrir" y en muchos casos "experimentar".
Aristóteles fue un biólogo y notable naturalista; Kant creó la teoría que expresa que el Sol y los planetas se originaron en una nebulosa gaseosa primitiva; Descartes, llamado "el iniciador de la filosofía moderna" inventó la geometría de coordenadas, etcétera.
A medida que la acometida impetuosa de la ciencia racionalista conquistaba uno tras otro los sectores del pensamiento medieval, la filosofía se vio obligada a acelerar su paso: no era lo mismo ocupar el centro del universo, a ser un planeta entre otros.
Sobre las ruinas de una filosofía que giraba en torno a Dios se construyó un sistema de ideas que explicaban los actos de los hombres racionales y libres en un espacio laico.
Con el correr del tiempo, el escepticismo de la Alta Crítica concluyó que era imposible armonizar razón y religión. Sí, había florecido el "romance" entre el hombre y la Ciencia.
El público fue seducido por los logros científicos, que colmaron de regalos a la humanidad: la electricidad, el telescopio, el automóvil, la máquina de vapor, la aviación, etcétera.
El cielo terrestre se pobló de pequeños dioses de metal; los satélites de comunicación instantánea. Y en 1969, por primera vez el ser humano pisó la Luna.
Pero a lo largo del tiempo, y a raíz de sus métodos y descubrimientos exitosos, esta ciencia se volvió orgullosa, a tal punto que acusó de charlatanería y frivolidad a la filosofía.
En tanto la filosofía empezó a ver a la ciencia como una actividad fría y calculadora, cuyas aplicaciones eran amorales y achataban la espiritualidad del hombre, e incluso ponían en riesgo su vida.
Estos hechos, junto con muchos otros tales como la manipulación del núcleo atómico o la ingeniería genética serán la manifestación moderna de la rebelión religiosa, que según la tradición se interpreta como "Pecado Original".

La caída del Paraíso

El problema no es actual. Comparando los mitos del origen de la humanidad, en distintas culturas se puede observar una sorprendente coincidencia, que buena o mala ha llevado al hombre, junto con su desarrollo, a ser "el dios de este mundo". Un dios que genera vida y también devastación.
Si realmente existió la primera pareja humana, de acuerdo con lo registrado en el libro de Génesis -de la tradición judeo-cristiana-, o no es una incógnita difícil, por no decir imposible de desentrañar. No obstante, el deseo del hombre, de posicionarse a la misma altura de Dios surge a partir de la adquisición del "Logos".

De acuerdo con el relato del Génesis, el primer libro de la Biblia, Adán recibió un solo mandato negativo de su Creedor: la prohibición de comer del árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo. "En cuanto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, no debes comer de él, porque en el día que comas de él, positivamente morirás" (Génesis 2:17).
Comer del árbol del conocimiento simbolizaba que quien tomara su fruto tendría la capacidad de decidir por si mismo lo que era "bueno" y lo que era ''malo" para el hombre.
El Diablo, enmascarado en una serpiente tentó a Eva, mujer de Adán y le dijo: "Positivamente no morirán. Porque Dios sabe que en el mismo día que coman de él tendrán que abrírseles los ojos y tendrán que ser como Dios" (Génesis 3:4,5)
Adán y Eva codiciaron lo que pertenecía al Creador, la prerrogativa de determinar lo que era acatable o no para las criaturas. Al tiempo de pecar, la primera pareja humana gozaba de libre albedrío.
El pecado original significó el desafuero del hombre, ya que violó la disposición de permanecer dentro de los límites de libertad decretados por Dios; límites que no lo restringían absolutamente, sino que como continúa el relato; "le permitirían el mayor disfrute de la vida".
El vulnerar esos limites equivalía a perpetrar una invasión del dominio divino. El hombre estaba colocando su juicio por encima de Dios, y en su proceder de desobediencia, se convirtió en una ley para sí mismo.

Los "Dioses" de maíz

En la teogonía que se relata en el libro sagrado de los mayas; el Popol Vuh o Libro del Consejo de los indios quichés, se cuenta la historia de la creación del mundo y del hombre.
Allí se describen las cuatro etapas Creativas. En la primera, los dioses crearon la tierra y la poblaron de animales; pero como éstos no fueron capaces de pronunciar los nombres divinos, fueron destruidos. En la segunda creación, los dioses crearon a los hombres de barro. Pero observaron que estas figuras se amontonaban, se ablandaban, se caían y carecían de pensamiento, por lo que decidieron destruirlos. En la tercera etapa, los dioses crearon a los hombres de madera. Estas figuras hablaban y hasta tuvieron descendencia, pero como carecían de sangre, se secaron. La cuarta creación fue la definitiva. Los dioses fortalecieron a los hombres con la sustancia blanca de maíz, con la que formaron la carne de los que serían los primeros padres de la humanidad.
Estos hombres, después de recorrer la tierra adquirieron la "inteligencia"; es decir, el conocimiento que los capacitaba para comprender los secretos del universo, para agradecer su creación a los dioses, pero también para independizarse de ellos. Pues, de acuerdo con el pensamiento mágico-religioso de las primeras civilizaciones precolombinas, así como los hombres necesitaron de los dioses para vivir; también los dioses necesitaban de los hombree para subsistir.

El fuego sagrado

Cuando a Hesíodo se le aparecieron las musas y le ordenaron que escribiese las cosas que fueron y las que serán, el poeta creó la "Teogonía de los Dioses". Se observa en esta obra, cierto tono pesimista de la condición humana. Pues en algunos pasajes, la voluntad de los dioses aparece simulada como la justificación de las miserias de la humanidad. Y de la segunda obra de Hesíodo, "Los Trabajos y los Días", se extrae el mito de Prometeo, uno de los titanes e iniciador de la primera civilización humana. Prometeo robó del cielo el fuego sagrado y lo enseñó al hombre. Deseoso de favorecerlo, le enseñó todas las artes útiles; es decir, le otorgó el conocimiento.
Al principio, los hombres vivían sobre la tierra, lejos de los dolores del arduo trabajo y penosas enfermedades. Pero Zeus castigó a los mortales con toda clase de sufrimientos y encadenó a Prometeo a una roca, donde un águila le roía el hígado. Prometeo desobedeció a los dioses y fue castigado por burlarse de Zeus y robarle el fuego sagrado.
La culpa de los males -tal como lo plantea el mito- no es por castigo de los dioses, sino por sentimiento del mal, que abrigaba Prometeo dentro de su ser. El hombre había transgredido una barrera que nunca debió ser cruzada. Así comienza a diferenciarse, sólo a partir del conocimiento del bien y del mal. Ya como alternativa de su evolución, ya como alternativa de su propia destrucción.
Esta disyuntiva ha provocado una grave crisis de valores, la falta de ética, el desequilibrio de las sociedades y como contrapartida, también un entorpecimiento en aquellos avances científicos, que verdaderamente benefician a la humanidad.
El mito general de la caída y la nostalgia del Paraíso perdido fue reemplazado por la teoría del Progreso, que situó las esperanzas del futuro y aseguró que el desarrollo de las ciencias y las tecnologías iría solucionando uno a uno los problemas de la humanidad.
Trabajosamente se edificó la noción del individuo libre, de los derechos individuales y de la privacidad inviolable; pero las estrategias tecnológicas de fin de siglo parecen amenazar estas conquistas. Gran parte de los estamentos científicos no pueden dar cuenta de la realidad que avanza a pasos agigantados, muchas veces barriendo con postulados arcaicos y con las barreras éticas.
Hoy el hombre decide si un embrión es o no persona, selecciona las características físicas que tendrá un bebé. Serán "niños a la carta", ya no sólo a gusto de los padres, sino "a gusto del cliente", en vistas de una sociedad eugenésica. Determina quién merece vivir y quién merece morir. Construye su futuro, pero muchas veces al filo de la destrucción. Y sin embargo quiere más, mucho más.
La clonación genética, su manipulación; la cotización de los genes humanos como el nuevo "mercado de esclavos"; la amenaza de un mundo habitado y sojuzgado por una "raza genética superior"; la construcción de enormes fábricas de clones humanos, donde se almacenen órganos; la creación del hombre biónico; la conquista y colonización del espacio; la explotación de recursos naturales extraespaciales; la nueva ingeniería espacial misilística; las armas biológicas; el recalentamiento terrestre y la contaminación ambiental; el imperio cibernético; las armas químicas; la manipulación del núcleo atómico; la nueva forma de trabajo teledirigido; las presentadoras virtuales de la red; el rearme nuclear; las técnicas sexuales en el ciberespacio; las dictaduras de los grandes laboratorios; la expansión y el surgimiento de nuevas drogas adictivas e ilegales; la explotación de recursos naturales no renovables; la proliferación y difusión de la violencia a través de los medios de comunicación; la manipulación de la información; la nueva agricultura "de interiores", es decir la utilización de la biotecnología, en campos cerrados y artificiales, lo que supondría el fin de la era agrícola de la humanidad; la producción de productos alimenticios transgénicos (modificados genéticamente), etcétera.
Estos son sólo algunos adelantos y descubrimientos que han llegado. Para algunos han significado verdaderas victorias; mientras que para otros son una seguidilla interminable de catástrofes y amenazas. El resultado, por de pronto, parece incierto en la recta final de este milenio.
Pese a las antiguas y nuevas disputas a las que se enfrenta hoy día la ciencia, los avances científicos no debieran verse truncados por una condena de tipo "galileica". Sin embargo, la humanidad tampoco debiera olvidar, que a pesar de su ¿instinto? de superación, que ha movido al hombre desde el principio de los tiempos a parecerse a una "potencia" superior, todavía sigue siendo falible.


"Feliz es el que lee en voz alta,
y los que oyen las palabras de
(las) profecías, y que observan
las cosas que se han escrito en ellas
,porque el tiempo señalado está cerca"
Apocalipsis 1:3

Los misterios del universo, en la mayoría de criterios parecen ser infinitos. Distintas teorías científicas por su parte señalaron también, que el tiempo lo era. Otros catedráticos arriesgaron la tesis de que existen "infinitos tiempos", es decir tiempos paralelos. Y no faltaron los científicos que aseveraran sobre la existencia de múltiples espacios. Lo cierto es que todo parecería indicar que nos acercamos al final del tiempo, o al menos de uno de los tiempos.
Distintas sectas mesiánicas alrededor de todo el mundo dan testimonio oral de esta creencia. Antiguas leyendas advierten sobre la culminación de una época, antecedida por una grave crisis de transición, que conducirá a la destrucción o a la salvación.
Dejando de lado los mitos, las leyendas o las advertencias mágico-religosas, de una cosa no caben dudas: el mundo ha cambiado. La civilización, también. Nadie hubiera imaginado hace poco más de un siglo atrás, que la humanidad se enfrentaría a dos de las más crueles y sangrientas guerras, capaces de fracturar y diezmar a la población mundial. Ni los antiguos astrónomos hubieran imaginado que el hombre iba a tener la posibilidad de imprimir su huella en la superficie lunar. Sin embargo, todo esto ha acontecido.
El profundo cambio de los paradigmas, no sólo en el orden científico, sino también en el orden político, económico y social ha provocado un reordenamiento géomundial que todavía es muy difícil avizorar. Sin embargo, el cambio ya llegó. Y para ello, la humanidad deberá estar preparada. Porque la búsqueda de la verdad no ha terminado y todavía quedan muchas cosas por revelar.
Coincidentemente, en 1918, el famoso físico alemán y Premio Nobel, Max Planck comentó: "La ciencia nunca se halla en situación de explicar en forma concluyente y decisiva los problemas con que tiene que enfrentarse.
En todos los modernos progresos científicos vemos que la solución de un problema hace aparecer el misterio de otro. Cada cima que escalamos nos descubre otra que se eleva tras ella. Debemos aceptar esto como un hecho absolutamente irrefutable, y nos es imposible eliminarlo intentando trabajar sobre una base que reduce el alcance de la ciencia a la simple descripción de las experiencias sensoriales. El objeto de la ciencia es algo más; es un incesante esfuerzo hacia una meta que nunca podría ser alcanzada, pues dada su naturaleza, es inasequible. Siempre habrá cosas que resplandecerán a la distancia y de las cuales no podremos apoderarnos. No es la posesión de la verdad, sino el triunfo que espera a quien la busca lo que hace feliz al investigador".

Amenazas latentes

Pese a que muchos de los descubrimientos científicos han redundado en notables beneficios para la humanidad; uno se pregunta para qué se desarrollan otros proyectos, que a las claras sólo pueden significar destrucción. Se invierten millones de dólares en este tipo de proyectos, mientras la humanidad se desangra en luchas internas, enfermedades nuevas e implacables, hambrunas, pobreza extrema, analfabetismo y disolución.

La invención de armamentos sofisticados en nada puede resultar positiva para la humanidad. Ni como estrategia de defensa ni como estrategia de ataque, frente a la embestida de una potencia extranjera.
La aparición de nuevas armas de guerra (falazmente denominadas "no letales"), tales como pistolas de microondas, cañones de sonido, lanza espuma, armas láser, granadas de goma o generadores electromagnéticos, herederos éstos últimos del Generador Tesla, descubierto por el físico y enigmático Nikola Tesla (1856 - 1943). Armas capaces de producir en el ser humano malestares físicos tales como sordera temporal, fiebre, mareos, vómitos, anulación temporaria de la función psicomotriz, taquicardias, hasta paros cardíacos e infartos.
Algunas de estas armas ultramodernas tienen sus antecedentes en la época de fines de la Segunda Guerra Mundial, cuando la CIA y otros organismos de inteligencia internacionales utilizaron elementos tales como los Rayos T. Se trata de rayos de energía para la dominación cerebral, generados por energía artificial, que trabaja sobre los códigos de energía o radiación cerebral, que actúa como una anestesia ante la cual se corta en el cerebro la capacidad periférica psicomotríz. Los rayos T se encargan de controlar y/o anular la radiación energética cerebral. Este ataque se da dentro de un orden invisible e intangible, como disparador espacial y se lo utiliza para bloquear o dominar mentalmente a una persona. Son capaces de borrar cosas del cerebro humano, enviar órdenes o hasta controlar la conducta social, individual o colectiva.
Actualmente estos tipos de armas han sido perfeccionados; tienen la velocidad de la luz, ya que para un ataque se utiliza el ultrasonido; es inducido y puede dispararse desde cualquier parte del mundo.
Por otra parte, este tipo de técnicas de ataque, ya no es privativo de organismos oficiales o de Estados, sino que en muchos casos, yacen también en poder de las guerrillas. Y en la mayoría de los casos son financiadas con dinero del narcotráfico y diamantes azules, según un informe reciente del Banco Mundial.

Las fuerzas de la naturaleza

La explotación de recursos naturales con fines bélicos hace mucho tiempo que ha dejado de ser una novedad. Los científicos no sólo experimentan con virus y bacterias, sino que también utilizan fuerzas de energía naturales para la destrucción.
Dotado de tamaño poder destructivo, el rayo ha sido tradicionalmente temido y venerado. Fue el arma de Zeus, Júpiter y Thor en la mitología occidental; de los dioses hindúes Shiva y Vishnú y de Indra entre los vedas.

Naturalmente precipitados hacia un blanco, los rayos pueden alcanzar una velocidad de 200 kilómetros por segundo. Pero conectadas las cargas positivas con las negativas del ambiente y la tierra firme se produce el fenomenal cortocircuito, lo que le permite al rayo descender a una velocidad de 100.000 kilómetros por segundo. Lo cierto es que durante una tormenta normal se libera tanta energía como la desatada por una bomba atómica. Los investigadores ponen hoy este fabuloso potencial energético al servicio de la ciencia, y no falta quienes lo pongan al servicio del poder.
Algunas de estas experiencias se han encaminado hacia la creación de "rayos en conserva". En 1891, el antes citado Nikola Tesla inventó un generador de pequeñas chispas, con cables de su casa. Desde entonces, sus seguidores han conseguido reproducir bajo techo, rayos dignos de una gran tormenta e incluso fenómenos tales como el relámpago esférico. Utilizan, entre otros, los nuevos y potentes generadores Tesla -hoy llamados así en honor a su inventor-. Ya a principios de los 90, en la Universidad de Nuevo México, se lanzaron cohetes de cobre, capaces de unir el suelo con una nube y producir el estallido de un relámpago. Sin olvidar tampoco los experimentos realizados en países ricos en minerales estratégicos -por caso, la Argentina-, como por ejemplo el basalto magnetizado, vetas de hierro y cuarzo, que actúan como un potente imán electromagnético.
En China, más específicamente en el Valle del Diablo, cuando las nubes pasan por encima del suelo enriquecido con estos minerales, se cargan rápidamente de electricidad y producen repentinos rayos de enorme intensidad. La diferencia de voltios existente entre la parte baja de las nubes y las rocas del suelo llega a alcanzar varios millones de voltios; suficiente para causar el mismo efecto que si se produjera una fortísima tormenta. ¿Qué pasarla si este enorme potencial fuera utilizado, como tantas otras veces con tantos otros elementos, como estrategia de poder? ¿Podría pensarse en que el hombre de mano de la tecnología de punta fuese capaz de producir catástrofes "naturales" inducidas? Todo puede ser, pues qué duda cabe que hoy, la realidad supera la ficción...

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