Un 16 de julio de 1809, al grito de “¡Mueran los chapetones!”, miles de manifestantes iniciaron la revolución en la ciudad de La Paz. El pueblo depuso al entonces gobernador y estableció una Junta Tuitiva de Gobierno. La proclama decía: “Ya es tiempo de sacudir el yugo tan funesto a nuestra felicidad. Ya es tiempo de levantar el estandarte de la libertad en estas desdichadas colonias adquiridas sin el menor título y conservadas en la mayor injusticia y tiranía”.
Para entonces, una revolución similar había ocurrido en Chuquisaca, en el Alto Perú. En Paraguay, José Antequera y Castro acaudilló al pueblo; levantó a los ejércitos y derrotó a las tropas del rey en una sangrienta batalla. Junto a su sucesor, Fernando Mompox, quien organizó a los partidarios de Antequera, bajo la denominación de “Comuneros”.
Para entonces, una revolución similar había ocurrido en Chuquisaca, en el Alto Perú. En Paraguay, José Antequera y Castro acaudilló al pueblo; levantó a los ejércitos y derrotó a las tropas del rey en una sangrienta batalla. Junto a su sucesor, Fernando Mompox, quien organizó a los partidarios de Antequera, bajo la denominación de “Comuneros”.
En Nueva Granada, también hizo eclosión la llamada Revolución del Socorro, en la que más de 20.000 comuneros avanzaron sobre Santa Fe de Bogotá y sometieron a las autoridades reinantes.
Hacia fines del siglo XVIII se produjo la famosa Sublevación de Tupac Amaru. José Gabriel Condorcanqui, cacique de Tungasuca e hijo del Inca Tupac Amaru acaudilló la rebelión de sus hermanos de raza, sometidos a todo tipo de maltratos y exclusión social.
Mientras que en la antesala epocal de lo que sería nuestro país, un 25 de mayo, en una neblinosa mañana de 1810 se consolidó la Revolución de Mayo.
Bajo un cielo plomizo, corrían por las calles húmedas del centro de Buenos Aires, grupos de entusiasmados criollos, gritando a voz de cuello “¡Libertad!”, ante la mirada atónita y desconfiada de los realistas, mientras el pueblo se iba congregando en la Plaza mayor, frente al Cabildo. Derrochaban coraje, como lo habían hecho cuatro años atrás, en la lucha contra el invasor inglés. Todos al unísono proclamaron libertad, mientras bregaban por un nuevo destino y una patria propia, libre del yugo extranjero.
Aquella mañana nacía una nueva nación, nuestra nación.
Pour la Liberté!!!
Los efectos de la Revolución Francesa se diseminaron por todo el continente europeo. Y llegaron hasta los lugares más remotos de la Tierra, en este caso, América y más específicamente el Virreinato del Río de la Plata.
Tras guerras civiles, persecuciones políticas, inestabilidad y la guerra de los Estados absolutistas contra el poder de la revolución se instauraron los ideales representativos de este hecho sin precedentes, que significó un corte en la historia y la apertura de un nuevo capítulo para la humanidad. Los derechos individuales, la democracia, la división de poderes, la soberanía popular, el concepto de Estado y el de Nación son algunas de las ideas que servirán como estandartes, a lo largo de la historia moderna y contemporánea.
Ante la avanzada del poder napoleónico en Europa y la ocupación de España, por parte de las tropas francesas, los estados americanos comenzaron a reclamar la independencia de la Corona española, incapáz de dirigir su organización política y de satisfacer los requerimientos económicos.
Quienes incentivaron, en parte estas ideas revolucionarias en el Río de la Plata fueron los ingleses, quienes recalcaron la decadencia de la metrópoli, la política obsecuente a las miras napoleónicas, la ineptitud de los funcionarios encargados del gobierno, el desastroso régimen monopólico, el abuso del despotismo y la injusticia de su sistema económico.
Sin embargo, el proselitismo de los ingleses abrió una grieta en el pensamiento social, que más que buscar un cambio de amo, buscó la representación política de un gobierno propio.
La idea patriótica triunfó por sobre el imperialismo y el absolutismo. Y poco a poco se forjó nuestra Nación.
Bandera de mi Patria
Aquella neblinosa mañana de 1810, el pueblo se congregó en la Plaza mayor, frente al Cabildo. La ciudad se vistió de color celeste y blanco. Ambos colores se usaron también como detalle en los uniformes de los primeros regimientos patriotas, y expresaban el sentimiento común, ya convertido en proclama. Incluso, cuenta la historia que Domingo French y Antonio Luis Beruti condecoraron con cintas celestes y blancas, los pechos del gentío congregado en la Plaza. Pero fue Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, quien con estos colores creó y vistió a uno de los símbolos patrios de nuestro país; la bandera nacional, un 27 de febrero de 1812, en Rosario, a orillas del río Paraná. Pero se le rinde homenaje, todos los 20 de junio, en conmemoración por la fecha de la muerte de su creador.
Hoy la bandera flamea en la punta de los mástiles y campanarios. Sin embargo, cabe preguntarse ¿hasta qué punto representa hoy la bandera celeste y blanca, aquellos ideales de independencia, soberanía y libertad?
“Bandera de la patria celeste y blanca, símbolo de la unión y de la fuerza con que nuestros padres nos dieron independencia y libertad; guía de la victoria en la guerra y del trabajo y la cultura en la paz; vínculo sagrado e indisoluble entre las generaciones pasadas, presentes y futuras”, comienza diciendo la oración a la bandera, y más adelante concluye: “ (...) que a su sombra la Nación Argentina acreciente su grandeza por siglos y siglos y sea para todos los hombres mensajera de la libertad, signo de civilización y garantía de justicia”.
La libertad es el marco en el cual se hace efectiva la soberanía nacional. De acuerdo con la definición de la Enciclopedia Salvat, “Soberanía” es “El poder de que dispone el Estado de mandar; calidad del poder político de un estado o de un organismo que no está sometido al control de otro estado o de otro organismo”.
La soberanía y la libertad son dos de los ideales representados, entre otros símbolos patrios, por la bandera argentina. Ahora bien, ¿qué significado se da hoy a la Patria? Y ¿hasta qué punto ha imperado en estos últimos años la “Patria argentina”, por sobre nuestro territorio nacional?
Según la historiadora Silvia Finocchio, “La pertenencia a la Patria se entiende como un vínculo fundamentalmente político. La Patria son sus ciudadanos. La pertenencia común está cobijada por un conjunto de compromisos compartidos. El patriotismo se expresa en la vigencia y la defensa de esos derechos. Por eso, fuera de la democracia, no hay Patria”.
En este sentido, el rumbo que ha tomado el escenario político argentino en estas últimas décadas ha demostrado que el vínculo político no ha sido con sus ciudadanos; pues los compromisos contraídos con organismos financieros, entes reguladores y empresas internacionales han trascendido nuestras fronteras y colocado a nuestra población y sus derechos en una ignorada periferia, en muchos casos netamente marginal.
Todo cambia y todo queda
Hoy, a casi doscientos años de los movimientos emancipadores en Latinoamérica, si bien los pueblos han logrado independizarse del poder de España y Portugal principalmente, la mayor parte de la población cayó bajo la dominación de otro tipo de poder. El poder de los hacendados y terratenientes, primero; de inversores y multinacionales después. Durante los años que transcurrieron desde aquellos sucesos, Argentina y el resto de las naciones latinoamericanas han vivido todo tipo de acontecimientos. Desde el crecimiento y desarrollo de países riquísimos, hasta la expoliación más feroz de sus principales bienes. Presidencias ejemplares y gobiernos nefastos. Violentas guerrillas y terrorismo de Estado.
La inestabilidad económica, las políticas de ajuste, en concordancia con el rumbo global del capital y la corrupción enquistada en las esferas del poder, entre otras cosas han producido en estos últimos veinte años gravísimas crisis sociales, un desborde en los altos índices de desempleo y pobreza y un peligroso descontento popular.
Por eso podemos aseverar que hoy asistimos a “nuevas geografías en movimiento”. Porque es evidente que hay más de una América latina. Existe una América de los “ricos”; una América de los que ya no son, y una América de los que no se rinden y quieren ser...
Por eso, cabría preguntarnos hasta qué punto se concretó la Revolución Americana; o si de verdad gozamos de independencia, cuando el destino de nuestras naciones está más comprometido con los intereses externos que con su propia población. Sin ir más lejos, la presión que ejerce Estados Unidos en temas estratégicos como la Ley de Patentes medicinales; la política de “Cielos Abiertos” (es decir, privatización, desregulación total del transporte aéreo, lo que supone la pulverización final de las líneas aéreas nacionales) y asuntos como la injerencia de la DEA estadounidense y la participación militar en la lucha contra el narcotráfico y la seguridad interna, entre otros, son una clara evidencia de la falta de independencia nacional. Sin dejar de considerar la fuerte y soterrada presión que viene propulsando por sobre la soberanía económica y comercial en los distintos países de Sudamérica en pos de que los mismos efectivicen la fractura total del Mercosur en pos de nuevos acuerdos con el Tratado de Libre Comercio (ALCA).
Como si todo esto fuera poco, el escenario actual latinoamericano guarda una amenaza mucho mayor. Amenaza que por muchos años permaneció soterrada, en otras épocas contrariada por el ideal utópico y libertario de personajes tales como el Che Guevara, entre otros, quienes bregaban por una verdadera unión de los pueblos latinoamericanos. Esta amenaza no proviene de un enemigo externo. No, la amenaza está adentro, en el corazón mismo del continente. Y es ni más ni menos que la propia fractura o fragmentación, no ya de bloques continentales, sino incluso de naciones enteras.
Hoy, Argentina y Uruguay están enfrentadas por las papeleras; Bolivia provocó una aguda preocupación en el continente, tras anunciar que nacionalizará sus recursos y aumentará el precio del gas. La actual presidenta, Cristina Kirchner y el de Brasil, Lula Da Silva intentan cual malabaristas, conservar el equilibrio frente al impetuoso avance de Chávez, quien rompió con la Comunidad Andina de Naciones, y luego decretó la muerte del Mercosur. En tanto que Paraguay y Uruguay, quienes acusan de ser ignorados por los socios mayores, filtrean con la posibilidad de firmar tratados extra bloque. Mientras que la situación política entre Colombia y Ecuador, junto con la ruptura de relaciones de Nicaragua con el resto de los socios americanos torna más inestable aún el escenario hemisférico. Sin dejar de lado el recrudecimiento de la pulseada de poder de algunas organizaciones guerrilleras, como fue el caso último de las FARC con la toma de rehenes. Todo esto no hace más que dar cuenta del fuerte proceso de desintegración que por un lado, está diezmando la creencia de una supuesta sintonía ideológica en la región, y por el otro muestra el rumbo global, no ya del continente sino del mundo entero; esto es un enorme mosaico en donde conceptos tales como Democracia, Estados – Nación, Soberanía, Federalismos, libertad e igualdad carecen ya de contenido conformando un nuevo escenario geopolítico en constante movimiento, más caracterizado por choques y fracturas que por alineamientos y confederaciones.
En lo que tiene que ver con nuestro país, habrá que ver si la dirección adoptada primero por Néstor Kirchner, con la continuidad de su señora esposa y actual y enigmática Presidenta, Cristina Kirchner, en la aplicación de las políticas de gobierno se mantiene como lo ha hecho hasta. Está bien que nuestro país tenga mayor presencia en las cumbres internacionales y mayor participación en los asuntos de política exterior latinoamericana y cooperación. Sin embargo, ya es hora de que la clase política entienda de una vez por todas que no se puede hablar de soberanía nacional, desentendiéndose de la suerte de la mitad de la población argentina.
Por todo esto, podemos aseverar que el largo proceso independentista, libertario, pero por sobre todo emancipatorio que se inició con la Revolución de Mayo, entre muchas otras, todavía no concluyó. Y lejos estuvo, y lejos está de enmarcarse dentro de lo que muchos sostienen que son los límites nacionales. Porque hoy está a la vista que la soberanía de los pueblos no se consolida ni con límites geográficos ni con muros excluyentes o símbolos patrios, sino con la propia identidad. Identidad que todavía para muchos no encuentra lugar en este mundo.
Nuestra bandera, además de estar asociada al nombre de su creador, nació durante la revolución que para muchos fue de la libertad, la independencia y la soberanía popular; concebida heroicamente en la víspera de una batalla. Por eso, los argentinos la sentimos como el signo de nuestra historia, de nuestras libertades, de nuestros derechos, de nuestra dignidad como nación. Nuestra bandera reivindica además, la herencia indígena y la vocación de integración con los otros pueblos sudamericanos. Y es precisamente este sentimiento el que aún nos mantiene vivos, el que resguarda nuestras esperanzas, a pesar de tantos golpes y desengaños.
Por eso, que nunca nos queden banderas vacantes, ni escenarios vacíos; porque como decía Leopoldo Marechal: “Un escenario vacío es una petición de historia....”
Hacia fines del siglo XVIII se produjo la famosa Sublevación de Tupac Amaru. José Gabriel Condorcanqui, cacique de Tungasuca e hijo del Inca Tupac Amaru acaudilló la rebelión de sus hermanos de raza, sometidos a todo tipo de maltratos y exclusión social.
Mientras que en la antesala epocal de lo que sería nuestro país, un 25 de mayo, en una neblinosa mañana de 1810 se consolidó la Revolución de Mayo.
Bajo un cielo plomizo, corrían por las calles húmedas del centro de Buenos Aires, grupos de entusiasmados criollos, gritando a voz de cuello “¡Libertad!”, ante la mirada atónita y desconfiada de los realistas, mientras el pueblo se iba congregando en la Plaza mayor, frente al Cabildo. Derrochaban coraje, como lo habían hecho cuatro años atrás, en la lucha contra el invasor inglés. Todos al unísono proclamaron libertad, mientras bregaban por un nuevo destino y una patria propia, libre del yugo extranjero.
Aquella mañana nacía una nueva nación, nuestra nación.
Pour la Liberté!!!
Los efectos de la Revolución Francesa se diseminaron por todo el continente europeo. Y llegaron hasta los lugares más remotos de la Tierra, en este caso, América y más específicamente el Virreinato del Río de la Plata.
Tras guerras civiles, persecuciones políticas, inestabilidad y la guerra de los Estados absolutistas contra el poder de la revolución se instauraron los ideales representativos de este hecho sin precedentes, que significó un corte en la historia y la apertura de un nuevo capítulo para la humanidad. Los derechos individuales, la democracia, la división de poderes, la soberanía popular, el concepto de Estado y el de Nación son algunas de las ideas que servirán como estandartes, a lo largo de la historia moderna y contemporánea.
Ante la avanzada del poder napoleónico en Europa y la ocupación de España, por parte de las tropas francesas, los estados americanos comenzaron a reclamar la independencia de la Corona española, incapáz de dirigir su organización política y de satisfacer los requerimientos económicos.
Quienes incentivaron, en parte estas ideas revolucionarias en el Río de la Plata fueron los ingleses, quienes recalcaron la decadencia de la metrópoli, la política obsecuente a las miras napoleónicas, la ineptitud de los funcionarios encargados del gobierno, el desastroso régimen monopólico, el abuso del despotismo y la injusticia de su sistema económico.
Sin embargo, el proselitismo de los ingleses abrió una grieta en el pensamiento social, que más que buscar un cambio de amo, buscó la representación política de un gobierno propio.
La idea patriótica triunfó por sobre el imperialismo y el absolutismo. Y poco a poco se forjó nuestra Nación.
Bandera de mi Patria
Aquella neblinosa mañana de 1810, el pueblo se congregó en la Plaza mayor, frente al Cabildo. La ciudad se vistió de color celeste y blanco. Ambos colores se usaron también como detalle en los uniformes de los primeros regimientos patriotas, y expresaban el sentimiento común, ya convertido en proclama. Incluso, cuenta la historia que Domingo French y Antonio Luis Beruti condecoraron con cintas celestes y blancas, los pechos del gentío congregado en la Plaza. Pero fue Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, quien con estos colores creó y vistió a uno de los símbolos patrios de nuestro país; la bandera nacional, un 27 de febrero de 1812, en Rosario, a orillas del río Paraná. Pero se le rinde homenaje, todos los 20 de junio, en conmemoración por la fecha de la muerte de su creador.
Hoy la bandera flamea en la punta de los mástiles y campanarios. Sin embargo, cabe preguntarse ¿hasta qué punto representa hoy la bandera celeste y blanca, aquellos ideales de independencia, soberanía y libertad?
“Bandera de la patria celeste y blanca, símbolo de la unión y de la fuerza con que nuestros padres nos dieron independencia y libertad; guía de la victoria en la guerra y del trabajo y la cultura en la paz; vínculo sagrado e indisoluble entre las generaciones pasadas, presentes y futuras”, comienza diciendo la oración a la bandera, y más adelante concluye: “ (...) que a su sombra la Nación Argentina acreciente su grandeza por siglos y siglos y sea para todos los hombres mensajera de la libertad, signo de civilización y garantía de justicia”.
La libertad es el marco en el cual se hace efectiva la soberanía nacional. De acuerdo con la definición de la Enciclopedia Salvat, “Soberanía” es “El poder de que dispone el Estado de mandar; calidad del poder político de un estado o de un organismo que no está sometido al control de otro estado o de otro organismo”.
La soberanía y la libertad son dos de los ideales representados, entre otros símbolos patrios, por la bandera argentina. Ahora bien, ¿qué significado se da hoy a la Patria? Y ¿hasta qué punto ha imperado en estos últimos años la “Patria argentina”, por sobre nuestro territorio nacional?
Según la historiadora Silvia Finocchio, “La pertenencia a la Patria se entiende como un vínculo fundamentalmente político. La Patria son sus ciudadanos. La pertenencia común está cobijada por un conjunto de compromisos compartidos. El patriotismo se expresa en la vigencia y la defensa de esos derechos. Por eso, fuera de la democracia, no hay Patria”.
En este sentido, el rumbo que ha tomado el escenario político argentino en estas últimas décadas ha demostrado que el vínculo político no ha sido con sus ciudadanos; pues los compromisos contraídos con organismos financieros, entes reguladores y empresas internacionales han trascendido nuestras fronteras y colocado a nuestra población y sus derechos en una ignorada periferia, en muchos casos netamente marginal.
Todo cambia y todo queda
Hoy, a casi doscientos años de los movimientos emancipadores en Latinoamérica, si bien los pueblos han logrado independizarse del poder de España y Portugal principalmente, la mayor parte de la población cayó bajo la dominación de otro tipo de poder. El poder de los hacendados y terratenientes, primero; de inversores y multinacionales después. Durante los años que transcurrieron desde aquellos sucesos, Argentina y el resto de las naciones latinoamericanas han vivido todo tipo de acontecimientos. Desde el crecimiento y desarrollo de países riquísimos, hasta la expoliación más feroz de sus principales bienes. Presidencias ejemplares y gobiernos nefastos. Violentas guerrillas y terrorismo de Estado.
La inestabilidad económica, las políticas de ajuste, en concordancia con el rumbo global del capital y la corrupción enquistada en las esferas del poder, entre otras cosas han producido en estos últimos veinte años gravísimas crisis sociales, un desborde en los altos índices de desempleo y pobreza y un peligroso descontento popular.
Por eso podemos aseverar que hoy asistimos a “nuevas geografías en movimiento”. Porque es evidente que hay más de una América latina. Existe una América de los “ricos”; una América de los que ya no son, y una América de los que no se rinden y quieren ser...
Por eso, cabría preguntarnos hasta qué punto se concretó la Revolución Americana; o si de verdad gozamos de independencia, cuando el destino de nuestras naciones está más comprometido con los intereses externos que con su propia población. Sin ir más lejos, la presión que ejerce Estados Unidos en temas estratégicos como la Ley de Patentes medicinales; la política de “Cielos Abiertos” (es decir, privatización, desregulación total del transporte aéreo, lo que supone la pulverización final de las líneas aéreas nacionales) y asuntos como la injerencia de la DEA estadounidense y la participación militar en la lucha contra el narcotráfico y la seguridad interna, entre otros, son una clara evidencia de la falta de independencia nacional. Sin dejar de considerar la fuerte y soterrada presión que viene propulsando por sobre la soberanía económica y comercial en los distintos países de Sudamérica en pos de que los mismos efectivicen la fractura total del Mercosur en pos de nuevos acuerdos con el Tratado de Libre Comercio (ALCA).
Como si todo esto fuera poco, el escenario actual latinoamericano guarda una amenaza mucho mayor. Amenaza que por muchos años permaneció soterrada, en otras épocas contrariada por el ideal utópico y libertario de personajes tales como el Che Guevara, entre otros, quienes bregaban por una verdadera unión de los pueblos latinoamericanos. Esta amenaza no proviene de un enemigo externo. No, la amenaza está adentro, en el corazón mismo del continente. Y es ni más ni menos que la propia fractura o fragmentación, no ya de bloques continentales, sino incluso de naciones enteras.
Hoy, Argentina y Uruguay están enfrentadas por las papeleras; Bolivia provocó una aguda preocupación en el continente, tras anunciar que nacionalizará sus recursos y aumentará el precio del gas. La actual presidenta, Cristina Kirchner y el de Brasil, Lula Da Silva intentan cual malabaristas, conservar el equilibrio frente al impetuoso avance de Chávez, quien rompió con la Comunidad Andina de Naciones, y luego decretó la muerte del Mercosur. En tanto que Paraguay y Uruguay, quienes acusan de ser ignorados por los socios mayores, filtrean con la posibilidad de firmar tratados extra bloque. Mientras que la situación política entre Colombia y Ecuador, junto con la ruptura de relaciones de Nicaragua con el resto de los socios americanos torna más inestable aún el escenario hemisférico. Sin dejar de lado el recrudecimiento de la pulseada de poder de algunas organizaciones guerrilleras, como fue el caso último de las FARC con la toma de rehenes. Todo esto no hace más que dar cuenta del fuerte proceso de desintegración que por un lado, está diezmando la creencia de una supuesta sintonía ideológica en la región, y por el otro muestra el rumbo global, no ya del continente sino del mundo entero; esto es un enorme mosaico en donde conceptos tales como Democracia, Estados – Nación, Soberanía, Federalismos, libertad e igualdad carecen ya de contenido conformando un nuevo escenario geopolítico en constante movimiento, más caracterizado por choques y fracturas que por alineamientos y confederaciones.
En lo que tiene que ver con nuestro país, habrá que ver si la dirección adoptada primero por Néstor Kirchner, con la continuidad de su señora esposa y actual y enigmática Presidenta, Cristina Kirchner, en la aplicación de las políticas de gobierno se mantiene como lo ha hecho hasta. Está bien que nuestro país tenga mayor presencia en las cumbres internacionales y mayor participación en los asuntos de política exterior latinoamericana y cooperación. Sin embargo, ya es hora de que la clase política entienda de una vez por todas que no se puede hablar de soberanía nacional, desentendiéndose de la suerte de la mitad de la población argentina.
Por todo esto, podemos aseverar que el largo proceso independentista, libertario, pero por sobre todo emancipatorio que se inició con la Revolución de Mayo, entre muchas otras, todavía no concluyó. Y lejos estuvo, y lejos está de enmarcarse dentro de lo que muchos sostienen que son los límites nacionales. Porque hoy está a la vista que la soberanía de los pueblos no se consolida ni con límites geográficos ni con muros excluyentes o símbolos patrios, sino con la propia identidad. Identidad que todavía para muchos no encuentra lugar en este mundo.
Nuestra bandera, además de estar asociada al nombre de su creador, nació durante la revolución que para muchos fue de la libertad, la independencia y la soberanía popular; concebida heroicamente en la víspera de una batalla. Por eso, los argentinos la sentimos como el signo de nuestra historia, de nuestras libertades, de nuestros derechos, de nuestra dignidad como nación. Nuestra bandera reivindica además, la herencia indígena y la vocación de integración con los otros pueblos sudamericanos. Y es precisamente este sentimiento el que aún nos mantiene vivos, el que resguarda nuestras esperanzas, a pesar de tantos golpes y desengaños.
Por eso, que nunca nos queden banderas vacantes, ni escenarios vacíos; porque como decía Leopoldo Marechal: “Un escenario vacío es una petición de historia....”
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