26/3/08

Los arquetipos en H. P. Lovecraft

Informe y texto: Karina Donangelo

¿Quien no se ha detenido alguna vez a observar las formas extrañas que dibujan las nubes en el firmamento? ¿Y quien no ha sentido temor al hallarse solo en medio de un parque o un bosque en la profundidad más oscura y silenciosa de una noche negra?
Howard Phillips Lovecraft fue un ser extraordinario, no sólo porque supo plasmar como ninguno estas sensaciones extrañas de emoción, a veces unidas al asombro y al pavor que despertaban en él ciertos paisajes de la naturaleza. Sino que además, a través de sus cuentos de “horror cósmico”, tal como muchos críticos han denominado al género del cual se cree fue su fundador, mostró de manera magistral la otra arista de las cosas, el perfil mágico y oculto de una realidad demasiado racionalista, demasiado chata para su gusto y para la mayoría de las mentes sin vuelo. Es que a Lovecraft le gustaba frecuentar parajes extraños y apartados para poder dar rienda suelta a su desbordante imaginación. En esos sitios (cuevas, arboledas alejadas, etc.) recreaba situaciones históricas o se ensimismaba en la observación de pequeños detalles.
Mucho del trabajo de Lovecraft fue directamente inspirado de sus pesadillas y tal vez a esto se deba el carácter simbólico y los escenarios de ensueño de sus cuentos.
Si bien apreció y tuvo una fuerte y marcada influencia de la obra de Edgar Allan Poe en sus primeras obras, autores como Edgard Plunkett y especialmente Arthur Machen fueron quienes hicieron que la obra de Lovecraft tomara una nueva dirección basándose en una serie de fantasías y supuestas leyendas propias de un tiempo mítico y perdido en el tiempo y el espacio, las cuales refieren por ejemplo la supervivencia del más antiguo Mal original y creencias místicas basadas en misterios ocultos que yacían detrás de la realidad. El concepto del mito ha tenido tal fortaleza e impacto que incluso ha llevado a muchos a concluir que Lovecraft basó su trabajo en mitos pre-existentes y en creencias ocultistas.
Pero la obra de este genio no se termina en una serie curiosa de mitos y leyendas sino que abarca y significa mucho más que todo esto. Pues, según advierten ciertos entendidos, no sólo en literatura y en psicología sino incluso también en esoterismo, Howard Phillips Lovecraft hizo que el terror adoptara formas arquetípicas susceptibles de ser plasmadas en forma de un arte inédito. Convirtiendo al horror interior y colectivo en un horror “profundo, visceral y arquetípico”.
Así lo manifestó en sus obras a través de la creación de los propios “dioses lovecraftianos”. Si bien el mismo autor manifestó en reiteradas oportunidades que “nunca había creído en la abstracta y estéril mitología cristiana”; en cambio sí fue devoto de los cuentos de hadas y de Las Mil y Una Noches, “en lo que tampoco creía, pero lo cuales pareciéndoles tan ciertos como la Biblia, le resultaban mucho más divertidos”. Así es como se ha dicho que estos dioses creados por Lovecraft simbolizaron arquetipos poderosos, que pueblan el inconsciente colectivo de la humanidad y yacen reprimidos o “dormidos”, como el gran Cthulhu, esperando la oportunidad para avasallar la conciencia y dominar nuestros actos.
Ahora bien, ¿de qué hablamos, cuando hablamos de “arquetipos”?
Después de graduarse en Medicina en 1902 en las Universidades de Basilea y de Zúrich, Carl Gustav Jung comenzó sus estudios sobre psicología. Es a este hombre a quien debemos la denominación, el estudio y el análisis de los famosos arquetipos.
Estos estudios en psicología fueron los que le trajeron renombre internacional y lo condujeron a colaborar estrechamente con el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud. No obstante, al tiempo de trabajar codo a codo con Freud, Jung declaró su independencia respecto de las enseñanzas freudianas y siguió su propia línea de investigación, demostrando la estrecha relación y paralelismo entre los mitos antiguos y las fantasías psicóticas.
Jung estudió y marcó una distinción entre lo que él mismo denominó el “inconsciente personal”, es decir aquellas experiencias, sensaciones y pensamientos inconscientes adquiridos durante la vida de un individuo y el “inconsciente colectivo”, es decir las experiencias, sensaciones, pensamientos y memorias compartidas por toda la humanidad. El inconsciente colectivo se compone de “arquetipos”, o imágenes primordiales. Por eso se dice que los arquetipos corresponden a las experiencias típicas de la Humanidad y encuentran su manifestación simbólica en las grandes religiones, mitos, cuentos de hadas, fantasías, leyendas y la Alquimia.
Más allá de la conciencia y de todas las cosas que hemos experimentado a lo largo de nuestras vidas y que permanecen almacenadas en nuestro inconsciente individual o personal, nos encontramos con una porción del inconsciente mucho más vasta, antigua y desconocida que este último. Los moradores de esta parte del inconsciente o “dioses lovecraftianos”, no son materiales provenientes de la conciencia individual, sino que son anteriores a ella. Incluso antes de adquirir en el seno materno ninguna experiencia, todos los seres humanos –según Jung- ya poseíamos en nuestra psique en gestación, a estos “habitantes” o “factores anímicos” no personales.
Estos factores anímicos que nos fueron dados con la concepción, son factores que se trasmiten de generación en generación y que, probablemente son anteriores a la propia especie humana. No dependen para su existencia de experiencias personales, pues son anteriores a ella. Hay pues una estructura psíquica heredada, igual que hay una estructura física heredada. Así como nuestro organismo se creó a semejanza de los de los demás seres humanos, merced de un código genético igual al de los demás miembros de la especie. Lo mismo pasa con nuestra psique.
Estos factores anímicos que existen en la parte del inconsciente colectivo o “no personal” se llaman arquetipos. Tienen causa, fines, energía propia distinta a nuestra conciencia. Son auténticos modelos primarios de la conducta emotiva y mental de los hombres.
El eje de los mitos y cuentos de horror de Lovecraft se basa en la idea central de que en un pasado remoto nuestra tierra fue poblada por otras razas superiores que, por practicar todo tipo de magia y desarrollar la ciencia y la tecnología hasta un extremo indebido perdieron sus conquistas y fueron expulsadas, pero que aún viven en el Exterior (para otros autores, como Edward Bulwer Lytton, en las profundidades, o también en el interior de nuestra conciencia). Y están dispuestas en todo momento a volver a apoderarse de la Tierra. Por eso, en los relatos de Lovecraft los horrores ancestrales (u horrores heredados) toman forma corpórea y se introducen en los sueños de los hombres, que ha menudo han considerados a esos seres, una verdadera pesadilla, amorfos, medio humanos pero verdaderos dioses o seres superiores dotados de un poder y una inteligencia difícil de superar. Todos éstos constituyen ni más ni menos que símbolos arquetípicos y representaciones primordiales del inconsciente colectivo. Por eso, los famosos arquetipos suelen representarse simbólicamente como Dioses o Demonios o Gigantes monstruosos que despiertan un terror que no se puede racionalizar y contra el que no se puede luchar. En este marco, y tal como lo expone Lovecraft a través de sus cuentos, el ser humano se vuelve una cosa ínfima, y queda totalmente a merced de estos Dioses malvados que viven dentro de nosotros, aunque simbólicamente muchas veces los situemos en la profundidad de los océanos y en el espacio interestelar.
Incluso muchas de las cosmogonías y mitologías más antiguas de las grandes civilizaciones de la humanidad refieren acerca de dichos dioses. Imposible dejar de mencionar los gigantes pobladores de la Atlántida, o los dioses mayas, aztecas e incas que con la llegada del invasor español junto al dios cristiano huyeron lejos, pero con la promesa de volver y ajusticiar a la raza invasora y conquistadora.
Esta curiosa identificación de los “arquetipos” también podemos hallarla en otro autor como Herbert George Wells, cuando describía en su obra La Máquina del Tiempo la raza que poblaba las profundidades de la Tierra, es decir los Morlocks.
En la mayoría de los autores de ciencia ficción o de horror cósmico como el caso de Lovecraft, la descripción de estos seres es bastante imprecisa, pues dichos genios trabajan como nadie el arte de la sugestión. Por tal motivo sólo nos han llegado noticias descriptivas de dichas razas, como seres similares a batracios, o reptiles, de sangre fría, acaso despiadados, con una inteligencia superior, muchas veces amorfos, mitad humanos, mitad anfibios, algunos incluso con espantosos tentáculos.
Y se trata de seres que poseen un plan, para efectivizar su retorno, que aguardan el momento oportuno agazapados en la noche de los tiempos, que se bifurca en confusas dimensiones entre el sueño, la vigilia, la conciencia y la locura.
Lovecraft fue prácticamente ignorado en vida. Su fama póstuma se debe principalmente a August Derleth (1909-1971).
La aparición de la mitología pletórica de razas pre humanas creada o referidas por Lovecraft se hizo conocida bajo el título de los “Mitos de Cthulhu”, los cuales reúnen podría decirse el panteón más completo de los dioses lovecraftianos. Este corpus mitológico agrupa una serie de trece relatos interconectados, escritos en un lapso de 14 años, desde 1921 a 1935. El tema central de los mitos de Cthulhu es entre muchos la dislocación del tiempo y del espacio. En la mayoría de los relatos se aprecia el testimonio de un narrador a menudo solitario, de aficiones cultas, generalmente estudiante de arqueología, o profesor universitario que se ve involucrado en sucesos extraños. Lo que demuestra en cierto modo la manera en la que el mismo Lovecraft encubría su otro yo para pasar a ser protagonista oculto y de ensueño en sus relatos, manifestando sus propios horrores más profundos y viscerales. El ejemplo más acabado podría decirse que se hace evidente en su obra “El caso de Charles Dexter Ward” (1927) donde retoma el tema del doble. También desplegó en sus cuentos un verdadero arsenal escenográfico de atrayentes climas descriptivos y ajustada ambientación, con los que supo lograr efectos opresivos como en el cuento “La ciudad sin nombre” (1921), que relata las peripecias de un explorador en el cambiante desierto árabe, o en “La sombra más allá del tiempo” (1934), donde un profesor universitario comienza a sufrir lapsos temporales y permanece atrapado en lugares y épocas ajenas a la vida humana.
Pero volviendo al tema de los dioses de Lovecraft o dioses arquetípicos, bien sabido es que todo dios que se precie de serlo posee también su libro sagrado, y no podía faltar la Biblia del terrible y todopoderoso Cthulhu. Se trata del famoso tratado de magia negra y conjuros portentosos denominado Necronomicon, escrito por el poeta árabe Abdul Alhazred en el año 700 en Damasco, que llegó a Occidente por medio de traducciones al griego y latín (se cree que el misterioso Dr. John Dee realizó una traducción al inglés. John Dee fue asesor de la reina Elizabeth de Inglaterra, conocido por muchos como el “monje negro” de la época isabelina y verdadero artífice del destino de la corona británica en aquellos años). Este libro es terriblemente peligroso –se afirma que leerlo produce insania-, y se lo mantiene bajo llave en muy pocas bibliotecas como las del Vaticano, el British Museum, o en la de la Universidad de Buenos Aires. Todos los adoradores de Cthulhu suelen atravesar ominosas peripecias para llegar a obtener la información necesaria de este arcano maldito, pronto a cruzar las fronteras del tiempo y del espacio a fin de recuperar su dominio y poder.

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